NO sé exactamente cuántos jovencitos (más bien jovencitas) se han desplazado desde Málaga al concierto de Justin Bieber en Madrid. Las noticias hablan de cientos. Acabo de ver en televisión las imágenes del chico recién llegado a la capital del Reino, haciendo gala de maneras bastante groseras con la prensa, mientras los miles de fans llevan hasta una semana haciendo cola en la sede de la actuación para garantizarse la primera fila. No importa. El adolescente airado les dará en el escenario lo que esperan y todo habrá merecido la pena. Es curioso, pero los que ahora tenemos treinta y tantos años siempre hemos escuchado aquello de que la generación de nuestros padres estuvo obligada a madurar a una velocidad mucho mayor que la nuestra. A la misma edad en que nosotros andábamos todavía en la Universidad sin saber muy bien qué hacer con nuestro tiempo, ellos ya tenían varios hijos.

La impresión, recobrada a la luz del airado Justin Bieber, es que la adolescencia vuelve a ser en este siglo una cuestión fugaz. Las estrellas lo son cada vez antes y también se consumen antes, pero, en la vida cotidiana, el abandono de la ESO se mantiene en niveles históricos y cada vez son más los menores de edad que deciden esperar a poder acceder a untrabajo precario. El número de embarazos no deseados en estas edades es también escandaloso. Así que aquellas prisas por ser adultos han vuelto a la actualidad. ¿Quizá los de mi generación estábamos en babia? Tal vez. Pero si pudimos retrasar nuestra incorporación a la madurez en beneficio de una formación fue, en muchos casos, porque nuestros padres quisieron para nosotros lo que ellos no tuvieron. No creo que el caso actual sea el mismo. Lo que fue un derecho conquistado ahora no está de moda. Lo peor es que los adolescentes están airados porque saben que no son lo que pretenden. Que les falta tiempo, que nada es gratis. Y la frustración nunca trajo buen fruto.