La esquina

josé / aguilar

¡Estos alemanes...!

MIENTRAS la Comisión Europea les riñe -dentro de un orden- porque son tan eficientes y austeros que exportan mucho más de lo que importan y no ayudan a la recuperación económica del resto de los países de la Unión, los alemanes inician el juicio contra un cargo público sospechoso de tráfico de influencias.

No crean que el cargo público imputado es un alcalde de pueblo que ha cobrado mordidas por una recalificación urbanística, ni un director general que ha colado intrusos en un expediente de regulación de empleo en su länder ni un diputado raso que ha enchufado en la Administración a conmilitones, parientes o amigos. El que se sienta en el banquillo de los acusados de la audiencia territorial de Hannover es el anterior jefe del Estado alemán.

Se llama Christian Wulff y pertenece al partido democristiano de la canciller Angela Merkel (CDU), que fue quien lo propulsó en 2010 hasta la Presidencia de la república federal. Diecinueve meses más tarde un periódico conservador -como él- publicó que había recibido regalos y prebendas de un empresario cinematográfico al que favoreció con contratos públicos y ventajas fiscales cuando era jefe del Gobierno de Baja Sajonia. Lejos de cerrar filas en torno suyo, escudarse en la presunción de inocencia y aguardar a que escampara, su partido le dejó caer: levantamiento de la inmunidad y dimisión fulminante. Igualito, igualito, que lo que hacemos en España con los políticos manchados por corrupciones más graves...

Porque al final de las denuncias periodísticas y tras una escandalera de meses, a Wulff lo han empezado a juzgar por un delito de cohecho. Concretamente, por un cohecho de 700 euros, que es lo que se gastó el industrial dadivoso en pagar el hotel en que pernoctó el ex jefe de Estado con su esposa, la cena de ambos y la guardería del hijo, durante la Fiesta de la Cerveza de Múnich, esa concentración de masas en la que se pasa tan mal y se bebe tan poco... Y son tan raros estos alemanes que el procesado se negó a pactar con la Fiscalía una salida consistente en abonar una multa y ahorrarse el banquillo. Ha preferido dar la cara.

La moraleja de la breve historia vuelve a ser la envidia que nos dan estos protestantes puritanos que consideran sagrado hasta el último euro de dinero público, dan el mismo trato jurídico a todos los ciudadanos y aplican las leyes penales sin sectarismo ni embudos. Supongo que ellos nos envidiarán otras cosas. ¿Cuáles serán?

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