Editorial

20 años de muerte en el Estrecho

EL próximo 1 de noviembre se cumplirán 20 años del primer naufragio conocido de una patera en el Estrecho. Murieron 18 marroquíes. Desde entonces, las muertes en este paso de Gibraltar, frente a las costas de Granada y en el mar de Alborán se cuentan por centenares, cuando no por miles, ante la certeza de que muchos sucesos de este tipo son engullidos por el mar del mismo modo que sus tristes víctimas. En estos 20 años, el Ministerio del Interior ha instalado en varios puntos de la costa una red de detección de embarcaciones, el Sistema Integral de Vigilancia Exterior, que ha logrado mejorar el control sobre la salida de pateras del norte de Marruecos. Las labores de la Guardia Civil y de los grupos humanitarios también han ayudado a salvar muchas vidas. Sin embargo, el continente africano es como un enorme bidón donde el volumen almacenado supera su capacidad, de modo que una vez sellado el tapón que lo abre o lo cierra, la presión abre fisuras y, luego, grietas en un proceso difícilmente controlable. En efecto, el control del Estrecho produjo un desplazamiento de las rutas hacia las provincias orientales de Andalucía y cuando se cerraron las ciudades de Ceuta y Melilla, surgieron los cayucos de Canarias. Hay que recordar que la mayor parte de la inmigración ilegal que entra en España no lo hace por la costa andaluza, sino por los aeropuertos, en especial el de Barajas. Y esto, unido a las terribles condiciones en las que vemos llegar a magrebíes y subsaharianos a nuestras costas, provoca que el sentimiento del andaluz sobre este fenómeno esté más cercano a la solidaridad que al miedo o al rechazo. Pero aun así, ni las administraciones ni la ciudadanía deben olvidar que, detrás de estas tragedias, se esconden verdaderas mafias de tráfico humano, que un día utilizan las vías para la emigración y otro para el tráfico de droga procedente de Suramérica o el de armas para el terrorismo, tal como Interior tiene comprobado. Por tanto, la respuesta al fenómeno, a la tragedia del Estrecho, debe combinar la atención a estas personas procedentes de los países más pobres de la Tierra con una política de inmigración que contenga los flujos en origen y permita las repatriaciones.

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