QUE paren la Iglesia que yo me bajo. A la vez que las intervenciones de los obispos en el ring político aumentan, aumentan en Málaga los ciudadanos que solicitan que se les excluya de los archivos eclesiásticos. Aducen que nadie les pidió permiso para que los apuntaran, generalmente porque el trámite se efectúa cuando los interfectos sólo saben llorar y relajar esfínteres, así que se acelera el rito para no deslucirlo. Luego está la confirmación, para la que el Código de Derecho Canónico considera que basta con que el cristiano haya llegado a la edad de la razón: 7 años. De todas formas, se suele esperar a los 14 ó 15, después de la primera comunión, y que ya es edad de reflexionar sobre la responsabilidad de seguir a Cristo, no en videojuegos o en las inseguridades causadas por el acné. Los apóstatas reniegan del catolicismo y de su adolescencia, exponen que a esa edad no se tienen las ideas claras para escoger la adscripción religiosa. Algunas personas no llegaremos a tenerlas nunca, pero esa es otra.

¿Por qué la apostasía? ¿Qué sentido tiene enfrascarse en tanto papeleo como puede exigir una boda y del que encima no va a quedar ni vídeo conmemorativo (aunque todo se andará)? José Antonio Ponce, alcalde de El Borge y pionero en esta avalancha, asegura que lo suyo fue fácil, bastó cartearse con el obispo de Málaga para que destinaran su ficha a la hoguera. Salvador Luna habla en nombre de la Mesa por la Apostasía: dice que les exigen un poder notarial certificando que están lúcidos y que lo suyo no es un avenate. Aún así persisten. Rechazan todo vínculo con un organismo al que llaman inconsecuente con lo que predica, que ha acometido en su última convocatoria de masas contra el aborto, el divorcio exprés, los juntamientos homosexuales... Lo de "inconsecuente" extraña. Los obispos no hacen más que atenerse a las Escrituras, que están ahí para cualquiera que se detenga a leerlas. La Iglesia no ha cambiado tanto como los feligreses.

De Saulo de Tarso a Antonio Nadal la Historia es una historia de bandazos ideológicos. Los tránsfugas de la fe también tienen su santo patrón: Juliano, conocido como el Apóstata, emperador de Roma que quiso vitalizar el paganismo tras la manga ancha que mostró su antecesor Constantino con los cristianos. Le salieron enemigos hasta debajo de las piedras de las calzadas y sus intentos quedaron en agua de borrajas, menos provechosa que el agua bendita. Probablemente Constantino actuó por motivos estratégicos. Lo de Juliano parecía más bien un encabezonamiento privado. ¿A quién siguen nuestros modernos renegados? ¿Íntima convicción o respuesta política a la conversión de la Iglesia en un irritado "obispero" (expresión de Agustín de Foxá)?

Habría que preguntarles uno a uno. Ahora; no cuando los bautizaron o les pusieron la primera hostia en la boca. Aunque puede que contestasen lo mismo.

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