Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

¿Por qué los bares?

Habrá en medio de la noche un bar abierto que nos cobije. Y con un poco de suerte quizá suene 'I'm so tired'

Se nos afea a algunos con tono admonitorio o despectivo una tendencia a verlo (casi) todo de color negro, como si estuviéramos permanentemente ante un catafalco y fuéramos incapaces de saborear eso que llaman los placeres de la vida. En nuestra defensa diré que somos bastante más vitalistas que muchos otros de espíritu naif, seguidores de la comedia romántica y pregoneros del espíritu de superación que descubren -aplaudiéndoles ¡y votándolos!- en los siempre muy esmorecidos participantes de los concursos televisivos, ya canten, bailen, cocinen o defequen en una isla. En todos los casos hay siempre un final feliz: el del ganador que se alivia de tanta presión alcanzando el éxito en cualquiera de las actividades señaladas.

Pero cuando uno mira, oye y olfatea... No exageremos: el panorama quizá no sea desolador -¿o sí algunas veces?-, pero desde luego sí hace que cunda el desaliento en medio de corrientes de aire irrespirable, un tufo nauseabundo que lo impregna todo de fraude, mentira, engaño, sinvergonzonería, impostura, insidia, camelo y, por último pero no por ello menos desagradable, pamplinas, toneladas de pamplinas. Y todo acompañado de berridos, fotutazos y rotaflex al amanecer. No se trata de sucumbir al fatalismo, como se nos reprocha, mientras eludimos nuestra cuota de responsabilidad en todo eso de lo que se nos acusa de quejarnos sin hacer nada, cruzados de brazos o con éstos caídos. Es sólo cansancio, hartura y mucha decepción ante tanto derrumbamiento. Y, de acuerdo, puede que casi nunca nos comprometiéramos con algo o alguien que no fuéramos nosotros mismos. Esto, la verdad, tampoco lo hemos hecho con demasiado ahínco. Algún día ya lejano debimos decidir que no merecía la pena y ahora nos encontramos con el resultado cada mañana ante el espejo. Bueno.

Así que pasan los días. Y basta un mínimo de observación para comprobar que lo que se perpetra es teatro, un sainete más bien cutre. Y sí, es probable que en el patio de butacas se nos afloje una carcajada que nos haga sentir bien por momentos, pero cuando cae el telón y salimos a la calle hace un frío del carajo y nos quedamos helados en medio de la noche en la que, seguro, algún cabrón debe estar maquinando algo. O escribiendo para nosotros un guión que no es nada bueno, repetitivo, cansino: eso que llaman realismo sucio. Pero no importa, siempre habrá algún buen bar abierto que nos cobije. Y con suerte quizá suene I'm so tired.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios