NO puede haber mejor plan para este viernes, dejemos atrás durante unas horas los agobios económicos, los debates sobre Bildu, el debate sobre las listas, los ERE de Andalucía, las revueltas árabes, los mensajes de campaña y las encuestas electorales y sentémonos ante el televisor para seguir la boda.

La boda de William y Kate, Guillermo y Catalina como marcan los cánones españoles aunque a los británicos les dé la risa, supone un respiro, un rato de sana frivolidad y de cotilleo. Hay debate, claro que hay debate en torno a la boda, cualquier tipo de acontecimiento tiene su cara y su cruz, su revés y envés, monarquía o república, ley de sucesión, futuro de la institución, costes de la boda, hemeroteca con episodios negros que salen a la luz… pero que sean benévolos por un día los que se mueven siempre en lo política y socialmente correcto, sólo salvan lo trascendente, se sienten irritados ante el glamour, el lujo, el colorido, los personajes de la realeza y las figuras de la jet set.

Sufrimos una crisis insoportable, cifras de paro angustiosas -la EPA que se hace pública hoy estremece- , hay miedo a lo que sucede en zonas del mundo que nos afectan en lo económico y en lo afectivo y encima la campaña electoral hace aflorar a la superficie la peor cara de nuestros políticos. Por tanto, existen razones sobradas para regocijarse ante un cuento de hadas, para meterse en historias de príncipes y princesas, recordar otras bodas reales y hacer comparaciones; razones sobradas para admirar el estilo de las testas coronadas del mundo, fijarse en la actitud de cantantes, futbolistas y actores de renombre, observar los rostros imperturbables de cocheros y policías de gala, fijarse en la colección real de carrozas, en los caballos de la cuadra de Su Majestad la reina Isabel, y a despellejar a los invitados que piensan que ser elegante es disfrazarse de estrella -que no de actriz- de Hollywood.

Mañana de viernes para pasar con familiares, amigos y compañeros de trabajo si está permitido encender la televisión en el centro de trabajo; mañana para aparcar por unas horas los asuntos de enjundia, los que inquietan, preocupan y angustian. No es una frivolidad, también se necesita abundar en la intrascendencia de vez en cuando, reírse, intercambiar comentarios sobre asuntos irrelevantes, comentar el drama de Lady Di, si Camila ha logrado ser aceptada por los británicos, si los padres de la novia se están haciendo de oro con su negocio de fiestas infantiles, si el príncipe Henry va a dar la nota o se portará como corresponde o si la princesa Letizia lograr superar el hasta ahora insuperable modelo que lució, antes de ser princesa, en la boda de Dinamarca. Que sí, que hay asuntos de relevancia institucional en la boda de Westminster, pero mejor abordarlos otro día.

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