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Rafael Sánchez / Saus

La burbuja libertaria

Fueron los regeneracionistas del 98, creo, los que se percataron de que la esencia y el problema de España consisten en que el nativo cifra su orgullo y la mayor de sus aspiraciones en hacer siempre lo que le da la real gana. Por entonces, eso consistía en hablar alto, piropear a las mujeres, escupir en el suelo, frecuentar la taberna y despotricar en los toros. El energumenismo ibérico encontró su salida política natural en el anarquismo, comprensivo con las debilidades de los pobres y capaz de sublimarlas a través de una ética pseudofranciscana inventada por aristócratas eslavos. La deriva del movimiento anarquista hacia el pistolerismo y lo simplemente libertario arruinó la única moral que, al margen de la católica, se le ha ofrecido a este pueblo, pero antes consiguió retrasar la implantación masiva del socialismo lo justo para arruinar la predicción de Karl Marx sobre la sincronía revolucionaria de Rusia y España. La pregunta decisiva del socialismo la formula Lenin con su "¿libertad, para qué?", algo a lo que cualquier español de entonces era capaz de responder en siete lenguas, siempre con la real gana por delante.

Predicar la buena nueva del socialismo a un pueblo genuinamente anarca o católico tiene sus dificultades y sólo puede hacerse mediante la desnaturalización del mensaje para adaptarlo al receptor. El éxito del socialismo español de la Transición consiste en que cualquier parecido de su práctica política con la doctrina socialista histórica es pura coincidencia y en percatarse de que, en pleno desarrollismo, una amplia fracción del pueblo rechazaba la revolución pero ansiaba hacer, por fin, lo que le diera la gana. Hecha por el denostado régimen anterior la gran transformación socioeconómica de España, quedaba sólo la de las costumbres y formas de vida, y a eso y a acomodarse sin pisar el tajo se ha aplicado con entusiasmo e indudable éxito el estrato dirigente socialista, devenido en progre. Por eso, el principal legado del socialismo hegemónico de los últimos treinta años no es otro que una gigantesca burbuja libertaria, compuesta de mucha permisividad y de un cúmulo disparatado de derechos reales o imaginarios que harían de una persona, en el caso de que verdaderamente estuviera dispuesta a ejercerlos, un simple monstruo y que han convertido en monstruosa a la sociedad que así se ha ido diseñando. La ausencia de límites y la legitimidad que entre nosotros halla la satisfacción de cualquier apetencia, al margen de todo planteamiento ético, inspira el nuevo credo. Bajo ropajes de modernidad, se hace verdad la vieja utopía libertaria y, aún más adentro, la real gana del español energuménico, viejo lagarto, saborea la victoria que siempre se le negó. Coda: "O colocamos el poder bajo el imperio de la moral y la ética o vamos al desastre" ( monseñor Rouco).

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