Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El calor es subjetivo

De pequeño, ojeando una revista americana en Rota, leí que la temperatura durante un partido de Jimmy Connors contra McEnroe rozaba los 120 grados. Ingenuo por naturaleza y por edad, me dije que los americanos todo lo hacían a lo grande, como los coches, las pizzas o los cartuchos de pop-corn. Y que además eran en efecto unos seres superiores: si, en la playa gaditana de la base naval, en verano el calor no se podía aguantar a más de 35 grados, ¿cómo hacían los yanquis para jugar al tenis con más de 100 grados? Las Ciencias Naturales me revelaron pronto que el quid de la cuestión estaba unidad de medida: nosotros, grados Celsius; ellos, grados Fahrenheit, que hasta para poner nombres me parecían a mí chulos los americanos desde aquella plácida, periférica y aún aislada España. Ni Jimbo ni Super Mac eran dioses. Una lástima.

En el fondo, la inocencia de la anécdota es, como todo lo que un sujeto vive en su interior, algo subjetivo. Esto es: de sujeto, algo individual y pensado o percibido por una persona concreta (y no algo arbitrario, como solemos vulgarizar al usar el término). El calor también tiene una alta carga de subjetividad y sugestión, más allá de las escalas de medida. Tan es así que en los partes meteorológicos de la tele se habla ahora de "sensación térmica", y la sensación es algo esencialmente subjetivo, perceptivo. Sostengo que los partes de El tiempo son uno de los nuevos opios del pueblo. Son interminables y exhaustivos, locales y globales, repletos de términos como isobara o bajas presiones, que seguro que el 95% de los adictos a esa sección de informativos no sabría definir. Vaya peonada se pegan las mujeres y hombres del tiempo; son gente de ciencia, muy técnica, pero cada día más atractivos -Mariano Medina no era lo mismo-, cuya tarjeta de baile en el plató -bailan, fíjense en Mónica López- está repleta de peticiones de diaporamas que deben ser explicados.

Con tanto énfasis en el clima de hoy y los próximos siete días, obtenemos información que puede ser útil, pero sobre todo nos sugestiona una barbaridad. En estos tórridos días que corren despacio, no paramos de hablar del calor que hace. Nos ponemos británicos, pero en modo semidesértico: lo primero después de saludar, un comentario sobre el tiempo. Y claro, lo tenemos tan presente que elevamos nuestra sensación térmica a nivel quemazo. O sea, que si hace 120 Fahrenheit y lo repetimos una y otra vez, nos sentiremos proyectos de churrasco. A 140 grados a lo sombra.

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