UN ignoto futbolista portugués de nombre común, Nuno Silva, provocó el debate del día en las redes sociales. Es un fenómeno curioso, la comida rápida informativa, que se deglute durante unas horas. Se pontifica, se atiza, se aviva el fuego, cada cual la cocina a su gusto y a no mucho tardar Nuno Silva pasará a correr la banda de La Victoria sin más pena que gloria. Sus únicos críticos, defensores o aduladores públicos serán los sufridos seguidores del Real Jaén.

En su presentación como nuevo jugador blanquillo, el luso se presentó con una camiseta pretendidamente fashion en la que llamaba la atención una imagen de Francisco Franco con el brazo en alto por encima de una mujer estampada con un bikini y con el rostro tapado. A posteriori explicó el jugador, que tuvo su día de fama, que la camiseta se la compró en su día en Portugal y que desconocía quién era el señor de la foto. Un patinazo, seguramente, más del responsable del club que permitió al jugador con la camiseta ante los medios que de él mismo. Según podía leerse, toda la España twittera sabría quién es António de Oliveira Salazar, dictador portugués del siglo pasado, coetáneo de Franco, si le pusieran una foto delante.

Podría ser una imagen provocadora que evocara la censura, también una ridiculización. Pero la imagen de Franco sólo sirvió para atizar al Jaén y al jugador. Seguramente evidencia uno de los males de la sociedad actual del que el periodismo no se libra, al contrario, muchas veces lo auspicia y no discrimina cuando debiera ser el cortafuegos para la especulación. Pero los miles de clicks ahí quedan para hacer negocio.

La precipitación lleva a que durante una semana hubiera flagelación colectiva porque se había matado a un simbólico león en Zimbabue y resulta que había sido un español. Ese español no existía y era un dentista norteamericano cuya clínica ahora está desbordada de quejas. Pero ahí quedó otro río de comentarios para el retrato colectivo.