LA primeras escaramuzas preelectorales que se desarrollan en territorio andaluz no presagian nada bueno para el interés de los ciudadanos. Falta un par de semanas para que se inicie la campaña de las elecciones autonómicas que han de renovar el Parlamento y el Gobierno regionales y lo que se ve y lo que se escucha en el ámbito de los candidatos y sus respectivas formaciones políticas no permite abrigar esperanzas. Los partidos políticos suelen organizar actos para animar a sus seguidores, pero con evidente y buscada repercusión pública, ya que el destinatario último de sus acciones es el votante que se quiere conservar o atraer. No obstante, la tónica general es la emisión de mensajes de carácter negativo sobre los adversarios, que por sistema son convertidos en enemigos del progreso, culpables de la postración de Andalucía y parásitos del poder a toda costa. A la postre, se potencia el tópico de que todos son iguales, con su efecto desincentivador del voto, y si a este planteamiento se une el guirigay de insultos y descalificaciones que crece conforme avanza la campaña, el resultado no puede ser más negativo para la participación de la ciudadanía en la fiesta de la democracia que es la llamada a las urnas. Esta práctica, que ya es como un mal hábito democrático, supone una falta de respeto a los andaluces, tratados como menores de edad a los que se puede engatusar con cuatro ideas simplistas y manipuladas. Todavía se está a tiempo de enmendar esta distorsión del sentido mismo de una campaña electoral: el debate de ideas, proyectos y programas que compiten en libre y sana disputa por el voto de los ciudadanos. Candidatos y partidos están obligados a explicar qué remedios proponen para los problemas de Andalucía y para qué piden el respaldo de los andaluces. Con los pies en el suelo, prometiendo medidas e iniciativas que sean viables y sin abandonar el respeto a los adversarios, a los que se ha de suponer la misma legitimidad de la que uno presume. Esto no elimina, ni mucho menos, la oportunidad y la necesidad de la crítica, sino que la enmarca en la obligación general de fomentar la convivencia entre opuestos y garantizar la libre circulación de ideas que está en la esencia del sistema democrático. Queremos una campaña intensa y apasionada, pero también respetuosa, explicativa y racional. Es lo que necesita Andalucía, que está sobrada de tensiones innecesarias ante la gravedad de sus problemas. En definitiva, tratar a los andaluces como ciudadanos mayores de edad, sensibles a los argumentos y propensos a no dejarse arrastrar por insultos, improperios, medias verdades y salidas de tono. Tenemos derecho a exigirlo.

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