Letra pequeña

Javier Navas

Los candidatos alcaldes

EN un principio los trozos de España pidieron constituirse en comunidades. Conseguidos sus estatutos, pidieron ampliarlos, con quejíos tan farrucos como el de la Junta de Andalucía y la exclusividad para la gestión del flamenco. Las misteriosas diputaciones también exigían mandar más; y que les mandaran más presupuesto. Luego los ayuntamientos razonaron que del reparto del bacalao no sacaban ni para una ensalada arriera. Y cuando quisieron más, les dijeron que naranjas, con lo que la ensalada presupuestaria acabó descompensada y a los municipios no les quedaban ni las migas. El arroz de nuevo se ha meneado y los alcaldes creen que es buen momento para que se les escuche. ¿Tendrán éxito o pierden el tiempo? Está de su lado nada menos que Cervantes, quien confiaba en la solvencia de los prebostes municipales cuando dijo aquello de "no rebuznaron en balde, el uno y el otro alcalde".

Sobre el papel es buena idea que los municipios manejen más presupuesto… siempre que no se les vaya en tejemanejes. Quieren más libertad, más poder de decisión. Y más pasta. Ahora bien: ¿qué harán con ella? El concejal que va camino del consistorio tropieza con un socavón: es de esperar que ponga más empeño en arreglarlo que el diputado provincial que sólo asoma por allí cuando el día de la bellota madura. En ese sentido el ayuntamiento debería contar con presupuesto para el Plan antisocavones. El problema es que el fondo local muestra una sorprendente capacidad de evanescencia. Ese diputado por la provincia, con todo lo que lo criticamos, suele estar más preparado y vigilado que la comisión bellotera de festejos. Un gobierno autonómico raciona el dinero mejor o peor, pero normalmente sale en una factura. Las facturas en los ayuntamientos parece que las extienden Pepe Gotera y Otilio.

Otro motivo para desconfiar de la gobernanza de un ayuntamiento es cómo responde por ella. Dijo a Spiderman su tío: "un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Hay alcaldes que, modestos de natural, se conforman con el poder. No hacen cumplir la ley si eso supone quedar mal con un vecino. Se tienen por "el amigo de los niños" y no multan cuando es su obligación. En tiempos malos -todos lo son- les faltan arrestos para prometer, como Churchill, esfuerzo y fluidos corporales. Y en cuanto al "sobredimensionamiento" de sus plantillas, se debe a su pasión por las "colocaciones": el ayuntamiento es una fiesta pastillera que garantiza a cada votante su colocón. Un producto de la extensión de la trillada, pero cierta, "crisis de autoridad": los padres son los colegas, el maestro es un felpudo y el alcalde, Santa Claus.

Lo de hacer carantoñas a las ancianitas y ayudar a los bebés a cruzar la calle es aceptable durante la campaña electoral. Luego hay que estar dispuestos a llevarse malos ratos y a darlos. Algunos alcaldes, a fuerza de buenos, son espantosos.

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