La casualidad, la Providencia, se nos presenta día a día con diferentes mensajes. Mensajes que en la sociedad de hoy llena de todo tipo de reclamos que aparecen de la manera más audaz, caprichosa y tantas veces estúpida y agresiva (basta la tele y su influencia publicitaria). Ayer, caminando para mi estudio, reparé en la puerta de una casa de la callecita de Isabel la Católica que un bebé había dejado caer su chupete al suelo y allí yacía de colores, abandonado. Dudé en cogerlo y apoyarlo en el alféizar de la ventana para que pudiera ser aún aprovechado, cuando noté que el chupete lucía una pequeña pegatina en forma de corazón con una bandera española roja y gualda. Sorprendido, me pregunté: ¿es el lugar apropiado para hacer patriotismo?, ¿indicar al rorro su identidad nacional?, ¿fomentar el turismo en los recién nacidos?. Trato de ser amable e inteligente en mis, quizás, apresuradas explicaciones y llego a la conclusión de que no me explico esos irrefrenables y estratégicos afanes de hacer de nuestros retoños improvisados paladines abanderados. ¡Qué país! ¡Qué chupete!

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