hoja de ruta

Ignacio Martínez

La ciencia pasa el platillo

UNA madre, empeñada en que el Centro Príncipe Felipe de Valencia investigue sobre la enfermedad de su hija de 14 años, ha recaudado siete mil euros para que este instituto contrate durante cuatro meses a la científica que estudiaba las bases moleculares por las que ocurre la diabetes. Puede tomarse como un gesto desesperado e inútil. O como un grito que despierta a una sociedad resignada. En septiembre, una investigadora de esta institución, que ganó un premio de 25.000 euros en Alemania, los donó para la contratación de becarios.

El Príncipe Felipe, dependiente del Gobierno valenciano, presume en su página web de ser un centro europeo de referencia en las terapias celulares, con objeto de regenerar órganos dañados. Pero en noviembre pasado, un expediente de regulación de empleo redujo en 114 personas una plantilla de trescientas.

La crisis no sólo nos ha empobrecido individual y colectivamente, sino que hipoteca nuestro futuro. Las Sociedades Científicas de España, que agrupan a 30.000 investigadores, acaban de criticar que el Gobierno del PP se disponga a recortar en 600 millones el presupuesto para I+D+i de 2012. Ese capítulo ya sufrió un recorte similar en 2010 a manos del PSOE. El que inventen ellos de Unamuno sigue estando de moda un siglo después.

Cristina Ponce recaudó los siete mil euros con donativos, rifas, meriendas solidarias o vendiendo pulseras y camisetas. No es una persona con posibles, obviamente, pero ha abierto un camino para la financiación a la ciencia en este momento de escasez. No se trataría sólo de acumular gestos voluntaristas como este. Bien podrían los legisladores, por ejemplo, establecer un régimen de desgravaciones fiscales para las contribuciones a este tipo de centros. O se podría crear para este destino otra opción de fines sociales, similar al 0,7% de la casilla de la Iglesia católica. Todo, menos dejar empantanadas investigaciones que salvan la vida de algunos o mejoran el bienestar otros.

Entre tanto, nuestros jóvenes científicos formados con el esfuerzo del contribuyente español prefieren emigrar a países más desarrollados a quedarse a malvivir aquí. Deprimente.

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