La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La condena de la memoria

Reflexiones sobre la tragedia. Emocionante la ola de solidaridad y compasión de miles de ciudadanos, buena gente capaz de sentir las angustias y penas de los otros como propias, dedicar sus esfuerzos a la búsqueda del niño como voluntarios, enviar los mensajes que primero ayudaban a los padres a mantener la esperanza y después intentaban transmitirles que no estaban solos en su dolor.

Admirable la actuación de la Guardia Civil. Imposibilitados de salvar al pequeño porque su asesinato se produjo al poco de su desaparición, pero capaces de cercar a su asesina, sorprenderla con el cuerpo -recuérdese el drama de la familia de Marta del Castillo- y detenerla.

Sensible la actuación de las autoridades -desde el ministro del Interior a la presidenta de la Junta-, que han demostrado eficacia, discreción y auténticos sentimientos de pena -recuérdese que, desgraciadamente, Zoido sabe lo que es perder a un hijo- sin buscar la foto.

Ejemplar la responsabilidad de algunos periodistas que, sabiendo del cerco de sospechas en torno a la asesina, callaron siguiendo las instrucciones de la Guardia Civil. Pero repugnante el acoso televisivo. No se ha bajado hasta los abismos de la noche de Alcácer, pero se han cometido excesos tanto en horas de emisión como en conceder la palabra a quienes por su formación poco podían aportar a la interpretación de los hechos. Queda mucho por hacer para separar la información del entretenimiento y éste del espectáculo cuando de hechos tan terribles se trata.

Conmovedor el coraje de la madre intentando convertir este horror en un cuento con final, si no feliz, al menos esperanzado: "Mi niño ha ganado, la bruja mala ya no existe… Ha sacado lo más bonito de la gente y esto no se puede quedar en la cara de esta mujer y en palabras de rabia; no tiene que terminar así… ". Si al final la memoria de su hijo quedara unida a la de su asesina y el odio a la "bruja" superara a la compasión hacia su víctima de alguna forma habría triunfado el mal ensuciando la bondad de tantos y la inocencia de la sonrisa de Gabriel. Es necesario separarlos, que la asesina afronte el más duro castigo que nuestra legislación contempla, y ojalá los desalmados no logren revocar, y que su nombre y su rostro sean borrados. Al decir que "esta mujer no se merece ni siquiera que hablemos de ella" la madre invocaba la damnatio memoriae, la condena de la memoria que era el peor castigo para los romanos.

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