la esquina

José Aguilar

¿Un congreso fallido?

EL problema de la renovación de los grandes partidos suele ser de oportunidad: cuando están en el poder a nadie se le ocurre organizar un debate que le permita adaptarse a la sociedad cambiante, y cuando pierden las elecciones -sobre todo cuando las pierden con estrépito- no se quiere debatir porque toca reagruparse, unirse, cerrar filas y evitar el hundimiento definitivo de la organización.

Eso es lo que le ha pasado al PSOE. La militancia y la dirigencia socialista creyó que el zapaterismo sería eterno y no supo ver que la crisis iba a evidenciar toda su inconsistencia ideológica, pero que las causas del desastre electoral se estaban incubando desde mucho antes de estallar. Una vez producida la doble hecatombe, la de mayo y la de noviembre, el instinto generalizado condujo a organizar un congreso rápido que intente restañar las heridas de la derrota y encontrar un nuevo liderazgo. Pero la emergencia es enemiga de la profundidad.

Lo que están haciendo los socialistas es taponarse las heridas para eludir la sangría, que es lo que urge, pero dejando la cura de la enfermedad para más adelante. Con el peligro de que, frenado el colapso, el paciente incurra en el triunfalismo de pensar que ya ha sido sanado y creer que aliviados los síntomas se acabó el mal. Pero se trata de un mal hondo y grave, que llevaba años engordando y extendiéndose y al que el liviano zapaterismo otorgó una apariencia de episodio coyuntural. Lo que el PSOE necesita, en realidad, es reinventarse. Como casi todos los partidos socialdemócratas europeos.

Ramón Vargas-Machuca, uno de los contados intelectuales lúcidos que le quedan al socialismo español, ha escrito recientemente sobre la triple crisis que aqueja al PSOE: de incumplimiento, de insolvencia y de impotencia. Para salir de las cuales hace falta no un congreso de trámite como el de estos días, sino un auténtico congreso extraordinario que conlleve la refundación de la socialdemocracia para este tiempo de crisis en el que ha perdido muchas batallas políticas, pero especialmente ha perdido la batalla ideológica y programática frente a un neoliberalismo que tiene discurso, recetas, sentido y coherencia.

El congreso de estos días, lo haya ganado Rubalcaba o Chacón, ha estado planteado en unos términos que no van más allá del reparto de poder sobre los restos del naufragio. Una recomposición del liderazgo seguramente imprescindible, pero insuficiente. Puede alumbrar una herramienta sólo útil si la nueva dirección es tan humilde como para asumir su provisionalidad y su condición de instrumento para la renovación de arriba a abajo que se necesita, y si la militancia, en plena catarsis, no le deja dormirse en los laureles y pretender que ella misma es ya la solución y no un parche de emergencia.

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