La conversión de San Agustín

Me doy cuenta de que en esta ciudad no ha cambiado nada durante el tiempo de mis largos viajes

Les escribo recién llegado de una apasionante expedición al Polo Sur, a las órdenes de sir Ernest Shackleton, de la que he sobrevivido de milagro, pero que ha sido una experiencia indescriptible, que me marcará para el resto de mi vida. No conseguimos finalmente atravesar el continente Antártico, como era nuestra intención, pero pasar dos años en el Círculo Polar, abandonados en la banquisa, tras ser engullido mi barco por el hielo, ha sido una de las aventuras más increíbles que he vivido. Y no he vivido pocas. Justo antes de esta expedición, acababa de afrontar uno de los más dramáticos naufragios de la historia, cuando un cachalote hundió mi barco ballenero, el Essex, en mitad del Pacífico, a más de mil kilómetros de la costa de Sudamérica. Estuve también en la expedición de Robert Scott que llegó al Polo Sur tan solo un mes después de Roald Amundsen, y vi cómo perecían mis compañeros en el camino de vuelta. He remontado el río Congo en un vetusto vapor. He navegado en el Grampus, con Arthur Gordon Pym, hasta donde nadie ha llegado jamás. Y en el Nautilus. Y en el Pequod. Y en la Bounty.

Y todos estos viajes empezaron en un mismo sitio, un libro. Y no pocas veces en un libro de la Casa de la Cultura, que estaba en mi camino hacia Gaona, cuando era estudiante. Una biblioteca pública, un sitio fascinante donde te dejan los libros sin tener que pagar. Siempre me ha parecido algo milagroso, y maravilloso. Paraba allí, a la vuelta del instituto, y me dejaban el libro que quisiera, con lo que solía volver a casa pasando por el Pacífico, el mar helado de Weddell o el 221b de Baker Street. Y así, cada día viajaba a un sitio maravilloso, hasta que la cerraron, allá por 1994, para mejorar el entorno del Teatro Romano. Pero no me apenó, no crean, porque enseguida le asignaron una nueva sede, en un edificio aún mejor, el convento de San Agustín, que estaba además justo al lado de uno de mis lugares favoritos para leer, una ancestral tetería en esa misma calle. Todo alegría, no podía ver el momento de visitar la nueva sede. Y sigo sin poder verlo, me temo, porque aún no han tenido tiempo de trasladarla, tras casi 25 años. Es más, justo al volver del Polo leo que todavía tardarán bastante. Y me doy cuenta de que en esta ciudad no ha cambiado nada durante el tiempo de mis largos viajes.

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