La tribuna

Rafael Rodriguez Prieto

El coro de las teles

SEGÚN la regla general, las personas corrientes deben adaptarse a los deseos de los poderosos. Cuando los que se apropian de los recursos económicos deciden iniciar una guerra, todos deben asentir por "el bien de la patria". A los ciudadanos no les queda otro remedio que enviar a sus hijos a luchar al frente. En estos días, se ha decidido que hay que regalar el 15% del PIB o riqueza nacional a los bancos de los grandes beneficios y se acabó. Nada que discutir, nada que pensar. Morir por la patria, regalar el fruto de nuestro trabajo. Y sin rechistar.

Por supuesto esta idea no se explicita. ¡Menudo escándalo! Aprovecharse de la gente y asustarla es una cosa, pero recrearse en la suerte, pudiera resultar hasta excesivo. Lo mejor es naturalizar. Hacer pensar que no queda más remedio que discernir en torno a las cosas de una determinada forma. Naturalizar la muerte de 10.000 niños de hambre o la concentración de la riqueza en unas pocas manos cuesta, pero se consigue.

¿Cómo normalizar lo excepcional? Los nacionalistas en España son maestros en eso. Han terminado por hacer creer a la gente que lo raro es solicitar a las autoridades educativas que se enseñe a los niños en su lengua materna. Que haya chivatos en los recreos, prestos a denunciar al niño que no use la lengua autonómica o algunos profesores y libros de texto dedicados a inculcar en sus pupilos el odio a todo lo español, dice mucho de una mentalidad totalitaria que nos muestra inercias franquistas no fenecidas con el dictador. No obstante, no pasa nada.

La propaganda, la repetición de una mentira hasta la extenuación, la desinformación, todo cuenta. Ni una crítica, ni una palabra más alta que otra. Dicen en internet que una reunión entre ZP y los dueños de los principales medios de comunicación obró el milagro. Quién sabe. Lo cierto es que las televisiones no han dejado de machacar ni un solo día a sus espectadores con la idea de que regalar dinero a los bancos es bueno y además no hay alternativa.

El coro televisivo ha ligado crisis económica real a la caída de la bolsa. Despidos, paro, aumento de precios. De todo tiene la culpa la crisis financiera. Cuando suban las bolsas, el maná retornará a las casas de los españoles. Sin embargo, los avezados comentaristas olvidan que con el euro los precios crecieron exponencialmente, mientras los salarios se quedaban igual, o que la subida de los alimentos ha sido un problema mundial en los últimos tiempos o que los despidos eran celebrados en la bolsa con subidas, o las onerosas hipotecas... ¡Qué desmemoriados!

Ahora las televisiones se han puesto a hablar de la refundación del capitalismo mundial, repitiendo sin sonrojo que en Breton Woods se fundó el sistema financiero actual. Pero este descontrol financiero es fruto de las políticas de Reagan y Thatcher a partir de los años ochenta. La falta de controles y la progresiva desaparición de las leyes antimonopolio hicieron el resto. Es, precisamente en esta época cuando se reformulan el Banco Mundial y el FMI para servir a los intereses de un capitalismo dedicado a hacer más dinero en menos tiempo, aprovechando las revolucionarias innovaciones en el campo de la tecnología y la información. El fin del capitalismo es maximizar el beneficio, sin importar las consecuencias para las personas o el medio ambiente. Que se lo pregunten a los africanos.

En los últimos días se empieza a hablar de medidas estructurales y de revisión de las pensiones. ¿Acaso piensan en regalar a los mendicantes bancos nuestras pensiones, privatizándolas? ¿O es que pretenden también aprovechar esta coyuntura para lograr un despido más barato que alivie a los que quieren prejubilar a los precoces ancianos de 48 años?

Las tendencias económicas que nos han llevado hasta aquí subsisten sin problemas. De hecho, la aplicación inmediata de la directiva de servicios en España provocará que el magnífico sistema de farmacias español pueda terminar en manos de corporaciones transnacionales, cuyo fin no es precisamente la atención personalizada a los clientes. Es esto lo que pasa en EEUU, por ejemplo.

En todo este contexto no deja de sorprender la carencia de cualquier pluralidad en las valoraciones de la situación. Todas las opiniones que se recaban van en la misma dirección. La pura objetividad no existe: una misma noticia se puede presentar de muchas formas. Es ridículo exigirla, pero se puede presentar una información de maneras diversas y, sobre todo, con pluralidad en la valoración de las mismas. Eso es precisamente lo que falta. Que con tantas televisiones no exista un programa de debate con el espíritu de La Clave da que pensar. Un poquito de más variedad y de menos dogmatismo, por favor.

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