EL ESPONTÁNEO

Juan Cachón Sánchez

El 'croissant'

TODO esto que voy a relatar fue una pequeña historia que jamás sabré si fue fruto de mi imaginación o que leí en algún libro desperdigado en el desván de mi abuelo Casimiro, que se hizo guionista de cine de terror y que pasó los últimos años de su vida dando conferencias en una universidad de la ciudad de San Diego, California, compartiendo apartamento con el escritor R. J. Sender en sus últimos días del exilio; tal como ocurrió lo narro.

La conocí de perfil, sentados juntos en unas butacas guateadas de corindón rojo del Teatro Babylone de París, tenía ojeras de croissant y boina negra de lana verde. El público esperaba irritado a Godot. Se volvió hacia mí con ojos de grafito y me dijo pausadamente:

-No se preocupe, garçon, nunca llegará Godot, aunque la gente se cabree.

Yo tenía 15 años, pero parecía que tenía 28, quizás porque ya tenía barba en las uñas de los pies; con los años he ido mejorando y cada vez represento más edad. Todo coincidió entonces cuando mi padre me mandó a estudiar inglés a París, porque así no se me notaría el acento dublinés, pues le tomó tirria al Ulises de Joyce, decía que era un galimatías; en eso coincidía con Aldoux Huxley, que decía que era la peor novela del siglo XX, quizás porque, cuando escribió Ciego en Gaza y Contrapunto, tendría el efecto de la mescalina a la que era tan aficionado. A mi padre las que le gustaban eran Los cipreses creen en Dios y Un millón de muertos, se las había regalado un íntimo amigo de Serrano Súñer traducidas al alemán, que para eso eran del Eje y habían combatido de alfereces en la División Azul.

Ninett se convirtió en mi profesora de francés, para lo cual se puso medias de cristal y ligas negras, y aquello me impactó más que la Torre Eiffel y la Venus de Milo del Louvre, quizás porque le faltaban los brazos y Ninett tenía brazos largos que te abrazaban como si fuesen bufandas de pura lana virgen.

La verdad es que era de Albacete y se llamaba Casilda, pero en París su padre, que era un empedernido republicano y para colmo linotipista, la llamaba Ninett, de esta manera, decía, "le hacemos la puñeta al general Franco, y porque tengo reuma, gota y coroiditis y no puedo irme de maqui, si no, ya verían esos fascistoides lo que vale un peine y las tomatinas que les íbamos a dar".

Ninett, al ver lo rápido que progresaba, le mandó un telegrama a papá. Très bien, monsieur; le garçon; very good; my tailor is rich, fue todo lo que aprendí.

Con los años, en uno de esos viajes relámpagos a Madrid en la Cuesta de Moyano, me encontré con un libro de amarillo tabaco, autor Samuel Beckett, título Esperando a Godot, traducción Ninett Croissant. Quizás por la nostalgia onírica siempre desayuno café con leche y croissant.

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