El debate educativo camina cada vez más claramente por la senda de lo inútil, dirigido hacia un choque de trenes entre un presunto modelo público y un presunto modelo concertado o semiprivado como si ambos no fuesen parte de un mismo modelo educativo común. Esto es así porque cuando hay recortes todo el mundo busca enemigos facilones, y en parte también porque la Junta se ha vuelto muy hábil en eso de buscar subterfugios cuando llega el informe Pisa y le saca las vergüenzas. Así que en la Consejería de Educación supongo que estarán felices al comprobar que lo que se debate es si la concertada debe crecer o disminuir, pues con esa filfa se evita el debate que habría de ser obligado: el de la ineficacia educativa del PSOE en una Andalucía donde, tras casi 40 años de gobierno autonómico monocolor, no se han alcanzado ni de lejos los resultados que podían esperarse. Los responsables de lo educativo, tan dados ellos a los actos con cadenetas y guitarritas por la mañana y al tijeretazo siniestro por la tarde, deberían centrarse de hecho en una gran pregunta que nunca responden y que incluso niegan mientras los demás nos miramos abochornados. ¿Y qué pregunta es?

Pues muy sencilla: ¿por qué la mayoría de los centros que acumulan exceso de demanda en estos años de baja natalidad son concertados, y no me refiero sólo a religiosos? ¿Será sólo por los idearios de cada centro o porque esos colegios son edificios vivos con comunidades ilusionadas durante todo el día y todo el año, mientras que muchos centros públicos quedan muertos como cualquier animalote burocrático cuando suena el timbre y cada mochuelito sale volando hacia su olivar? Luchar por la mejora de lo público requiere, en fin, de más esfuerzos e ideas de los que ofrece la Junta, que en esto hace tiempo que se maneja de forma mecánica y sin ilusión.

Pero lo fácil es esto: quedarse en el frentismo artificial que no beneficia a nadie y que sólo aplaza la verdadera necesidad de apostar por la escuela pública allí donde flaquea con más recursos, un mayor compromiso, más respeto hacia el profesorado y otro espíritu mucho más intenso y ambicioso. El debate equivocado, que es el que vivimos, nos conduce hacia un problema infinito. La pugna artificiosa a una fragmentación social que sólo beneficia a los sectarios y que no tiene justificación.

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