RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

El dedito

AHORA Aznar llama a Zapatero pirómano, con lo que tiene de imagen poética de azogue: porque Aznar está inquieto, y está preso de una turbación desde que personalizó la primera derrota electoral de Rajoy. Hubo un tiempo, antes de sus excitaciones belicistas, en que a Aznar le interesaba la poesía. Debía de pensar que confesar su pasión por la palabra poética, su admiración por Benet y posar además en la Residencia de Estudiantes junto a los manuscritos de Cernuda confería a su gesto juvenil de antiguo falangista de paisano, sin la camisa azul de los motines, un tono de converso algo tardío al centrismo, como un Dionisio Ridruejo -los laínes, escribía siempre Umbral- ya desencantado del franquismo que se fuera orillando hacia una democracia revestida de monarquía parlamentaria. Ahora, los hallazgos poéticos de Aznar están de capa caída, y hasta tampoco creo que siga hablando el catalán en su más taciturna intimidad.

El viaje al centro fue un viaje sin retorno, aunque no llegó al centro, sino al zoco abrasado de metralla en la guerra. Aznar tiene derecho a dar sus conferencias por ahí, aunque sería conveniente analizar si también fue legítimo el pago de dos millones de euros a un lobby norteamericano, con cargo en el erario, para lograr la Medalla de Oro del Congreso. Pero Aznar perdió el derecho a intervenir en la arena española tras la traición que supuso a la voluntad pública la invasión de Iraq para sentirse mayor al lado de George Bush, ese animador de las masacres. Es más, a mí me da fatiga hablar de Aznar, y hasta recordar su ardor guerrero, y cómo nos mintió a los españoles asegurando que en Iraq había armas de destrucción masiva, y cómo nos siguió engañando tras el atentado de Madrid, cuando se trató de orientar la opinión pública hacia la falacia patética de que había sido obra del terrorismo vasco, cuando se sabía que no.

Pero claro, Aznar tiene ese hallazgo poético de llamar a Zapatero pirómano, y se cubre de gloria con un corte de mangas a unos estudiantes disidentes de los crímenes de guerra, y luego va y alza un dedo rítmico, un dedo chulesco con los pies en la mesa, como cuando introdujo el bolígrafo en el escote de la periodista Marta Nebod. Mira que hoy quería hablar del clítoris por Bibiana Aído, y al final acabo en el dedito de Aznar, que es poco elegante y tiene que hacer poco, al menos en política: porque Zapatero, como mucho, será un mal presidente, pero Aznar, cooperante risueño, impulsó la mayor acción pirómana contra la legalidad internacional, que costó unos cuantos cientos de miles de vidas incendiadas en Iraq. No escandaliza el dedito de Aznar -él sabrá qué puede hacer con él-, sino su discurso resentido. Él mismo dinamita su posible legado democrático.

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