Todo es relativo

ÁNGEL RECIO

en defensa del ego anónimo

VI el otro día en televisión y, posteriormente, en varios medios escritos diversas imágenes del Príncipe Felipe, su mujer e hijas paseando por Granada como si fueran personas anónimas, con la pequeña diferencia de ir escoltados por un amplio grupo de agentes de seguridad y por decenas de curiosos que les realizaron todo tipo de fotografías y comentarios. Pese a que sonreían -es su trabajo- y a que están ya acostumbrados -Don Felipe lleva así desde que nació-, me hubiera encantado que existiera una máquina que lea los pensamientos para saber, realmente, qué opinaban sobre esta continua invasión de su intimidad.

El anonimato del que disfrutamos la inmensa mayoría de los mortales no está suficientemente valorado. Al contrario. El sueño de miles de personas en este país y en cualquier parte del mundo es ser famoso, sin importar que para ello haya que desnudarse, hacer el ridículo o humillar a familiares y amigos. Basta con dar un vistazo a varios programas de televisión cuyo guión radica en su ausencia, es decir, en el devenir diario de personas que ni tienen nada que decir ni aportan nada nuevo a la sociedad. Si acaso, solo trasladan decadencia y mala educación.

Luego están los famosos profesionales. Siempre me he preguntado qué lleva a una persona a querer ser actor o cantante. Debe tener interés por lo estético y las artes, pero querría saber qué porcentaje de ego es necesario para exponer la vida de forma tan pública para el resto de los días. Y eso es extrapolable a otras profesiones como la de deportista, escritor, político o periodista, con la salvedad de que todos suelen ganar bastante más dinero que los plumillas.

La Real Academia de la Lengua define el ego como el "exceso de autoestima" y la autoestima como una "valoración generalmente positiva de sí mismo". Por tanto, el ego supondría un positivismo extremo de uno mismo, algo que tampoco viene mal en un momento de crisis como el que vivimos. ¿Deberíamos tener todos más ego para crecer como sociedad? Posiblemente sí, pero no con el objetivo de ser famoso sino con el de hacerlo todo mejor, empezando por uno mismo. Los economistas miden la productividad en números y, tal vez, habría que hacerlo en sensaciones y grado de implicación de los trabajadores. El problema es que algunos confunden el ego con la tiranía y otros ceden parte de su ego a terceros para no meterse en charcos, desequilibrando la media. Don Felipe, quiera o no, nunca podrá pasar desapercibido, aunque no por ego sino porque le vino impuesto de cuna. Le tocó.

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