Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Un drama escaso

UNA de dos: o Rodríguez Zapatero ha aplazado a otro fin de semana la anunciada "dramatización" que tenía pensado representar el domingo para atirantar la tensión del melodrama electoral o es un pésimo actor, carente de recursos para instigar a los espectadores. A tenor del ruido y el escándalo suscitado por la confidencia que el candidato socialista hizo a Iñaki Gabilondo se podía pensar que Zapatero iba a representar una versión libre de Áyax o Edipo, que iba a enterrar cabeza abajo al enemigo o liquidar, de una forma misteriosa, a Clitemnestra. Pero no ocurrió nada. Zapatero no juró vengarse de los jefes que lo habían deshonrando ni escondió la espada de Héctor. La intervención del candidato fue sosa, sin nervio ni recursos dramáticos. Sus palabras, más que tensión, causaron entre al público que aguardaba impaciente frases en tonos mayores atonía o, todavía peor, indiferencia. El deseado drama no superó las expectativas de una de esas funciones que programan en los teatros de provincias para las fiestas patronales.

Del escasamente conmovedor discurso de Zapatero el fin de semana apenas se pueden destacar dos momentos: el reproche a Rajoy por su silencio ante las detenciones de terroristas de ETA y su afirmación de que él es "un patriota de verdad". Pocos incendios se pueden provocar con las llamas de tales palabras. La crítica a Rajoy es insustancial, educada e incluso versallesca; y la declaración de "patriotismo" un reconocimiento extraño, sin pujanza. Vale, es usted un patriota ¿y qué? Pues nada. El efecto se agota en la mera afirmación. Al precio que se cotiza la tensión política en España desde hace cuatro años lo que dijo el candidato es como jugar a los barquitos o rezar el ángelus.

¿Qué ha pasado entonces? ¿Qué explicación habrá que dar a los que, inspirados por la probabilidad de un aumento de la "tensión", habían puesto tanta confianza en el drama dominical de Zapatero? Hay varias. La primera, que el PSOE ofrezca disculpas y coloque un letrero trasladando el drama a otro domingo. Y la segunda, que Zapatero se retire como actor trágico y despida a José Blanco y contrate, por ejemplo, a Zaplana, monseñor Cañizares o Francisco José Alcaraz. Cabe preguntarse, sin embargo, antes de repartir las culpas, qué produjo tal escándalo, si las intenciones veladas de Zapatero en sus ya famosas palabras a Gabilondo o las exageradas expectativas que pusieron en ellas sus, por este orden, detractores y simpatizantes.

Es verdad que la tensión es mala compañía, pero es una ingenuidad sonrojarse por las palabras de Zapatero después de haber asistido cuatro años a la farsa trágica de la teoría de la conspiración.

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