la tribuna

La droga y "una experiencia religiosa"

ANTONIO, desbordado por una situación límite y desorientado existencialmente, se presentó solicitando ser atendido por el consumo de drogas. Ausente del presente, pues la droga le había llevado a casi un coma psicológico, y sin saber qué quería, era realmente un grito pidiendo auxilio a la esperanza. Así llegan muchos jóvenes en que la droga, de fábrica de ilusiones se ha convertido en una fábrica de frustraciones.

Iniciar el trabajo con estos enfermos necesita de manera prioritaria tener la osadía de mirar hacia su interior para conocer su auténtica realidad y la situación en la que se encuentra en relación con las drogas; generalmente las motivaciones para abandonar ese consumo no se encuentran definidas. Las respuestas al "por qué y para qué quiero dejar la droga" serán las referencias esenciales para trabajar un cambio permanente de conducta y esto es una labor del cerebro, que es precisamente el órgano diana de la droga y el escenario donde se desarrolla toda la enfermedad: la modificación de pensamientos e ideas será garantía para superar cualquier adicción.

Durante algunos meses Antonio seguía con el consumo, pero su vida la tenía más ordenada pues la asistencia a las terapias individuales y familiares, la obligación diaria de los talleres ocupacionales-terapéuticos y el asumir responsabilidades en tareas domésticas le había facilitado recuperar cierta disciplina. El alejamiento de colegas y el abandono de factores de riesgos sociales y geográficos también le hizo disminuir un poco la dosis de droga, porque también su consumo se había convertido más en un ritual que en la búsqueda de un estado gratificante de conciencia que apenas conseguía. Pero Antonio empezaba ya a cuestionarse su vida y, de manera progresiva, su cabeza le aportaba datos que le ayudaban a reforzar la idea que él podía abandonar una sustancia que lo tenía esclavizado: la droga la valoró como su enemiga. Claro que él encontró en su madre un puerto donde ponerse a salvo y, dimitiendo de sus trapicheos y engaños, se fue aficionando a su presencia y compañía. Sus salidas para buscarse la vida se espaciaron y casi se limitaban a acompañar a su madre en sus compras que siempre, por ser devota del Cristo del Cautivo, tenía parada obligatoria delante de su imagen. En la rutina de esas visitas y mientras su madre hacía sus rezos, encontraba Antonio un espacio de tranquilidad, paz y silencio, y un día, el olor a incienso le hizo recordar su primera comunión y el periodo de esos años infantiles que se presentaban en su consciente como un oasis de felicidad; las horas de catequesis, los amigos, las oraciones que aún sabía, la sensación tan especial que sentía cuando iba a confesar y el alivio que experimentaba cuando el cura le daba la absolución, eran sentimientos que rellenaban su mente. Acostumbrado a estos ratos, en una ocasión se sorprendió mirando al sagrario y casi como dirigiéndole la palabra en una plegaria de socorro se preguntó: "¿Qué me está pasando?". Esto propició la elaboración de algunos diálogos interiores en los que iba descubriendo una realidad abundante de matices y riquezas y que le ofrecían algunas respuestas a sus inquietudes.

La madre, que no perdía puntada, vigilaba estas cosas y con lazos de amor lo iba envolviendo. Su Antoñito era lo mejor de su casa y tenía confianza en su curación porque sabía que el Cautivo no la iba a abandonar, ¡seguro! Por las noches ya no le faltaba el beso en la frente y el remeter la cama una vez acostado como cuando era pequeño, y Antonio empezó a recuperar afectos, alegrías y sobre todo esperanzas, y también el "cuatro esquinitas tiene mi cama..." que le hacía sentir una emoción singular.

De manera casual le llegó un trabajo de temporada como ayudante de cocina. Cuando a la semana le dieron el primer sueldo, su corazón se quedó hipotecado disfrutando con la alegría de su madre cuando le entregara el sobre con todo el dinero. Esta idea le hizo apresurarse para llegar a su casa: el encuentro fue emocionante y la madre llorando y abrazado a su Antonio vivió una experiencia más que gozosa. Por la tarde se fueron juntos al Cautivo para visitarlo y darle las gracias.

La historia sigue su curso pues "Dios nos da las nueces, pero nosotros tenemos que cascarla", pero algo se despertó en Antonio que hizo que su vida adquiriera un color diferente y un sentido existencial repleto de ilusiones y proyectos de futuro condicionando que "todos los vientos le sean favorables".

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