La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Con lo que tenemos encima

Asistiendo a la bufonada catalana pienso en los problemas -a veces de consecuencias trágicas- que inventamos para complicar estúpidamente nuestras vidas, cuando no para acabar con ellas. Como si no bastaran las catástrofes naturales, accidentes imprevisibles, enfermedades o el mero transcurso del tiempo para que a la vida nunca le falten pesares y a la muerte cosecha. Desde el absurdo supremo de las guerras hasta los cotidianos problemas causados por la torpeza y/o ambición de quienes deciden en cuestiones políticas y económicas, pasando por los asesinatos y crueldades que diariamente nos sobrecogen, asombra nuestra capacidad para hacer aún más dura y difícil la vida.

Lo pienso observando no sÓlo a los peligrosos mamarrachos democráticos como Trump, dudosamente democráticos como Putin, dictatoriales negociadores como Xi Jinping o dictatoriales burracos como Kim Jong-un; también a los mamarrachos catalanes que desestabilizan España haciendo aún más dura la salida de la crisis. El pasado noviembre la Comisión Europea advirtió que, pese a la mejora económica, nuestro alto grado de desigualdad nos sitúa junto a Bulgaria, Grecia y Lituania. Y ayer supimos que según los indicadores de Davos -a cuya cumbre ha debido acudir el Rey para reforzar la imagen de España tras la no cerrada crisis catalana- ocupamos el vigésimo sexto lugar entre veintinueve economías avanzadas en lo que a desigualdad se refiere. Mientras tanto ellos a lo suyo y el Parlament proponiendo como presidente al fugado Puigdeclown, ahora de tournée por Dinamarca.

Sólo puedo explicarme estas peligrosas estupideces acudiendo a Pascal: "Cuando considero las diversas agitaciones de los hombres, y los peligros y penalidades a los que se exponen en la corte o en la guerra, de las que nacen tantas querellas, pasiones, empresas audaces y frecuentemente malas, he descubierto que toda la desdicha de los hombres tiene un único origen: no saber quedarse tranquilo en una habitación (…) reflexionando sobre su desgraciada condición… No buscamos en las diversiones, el juego, la cacería, la guerra o los cargos una felicidad que no nos pueden dar, sino el embrollo que nos impida pensar… De ahí que el hombre ame tanto el ruido y el barullo". ¿Les parece excesivo? Pues no se me ocurre otra razón para explicar tanta gratuita, estúpida, egoísta y mezquina pasión por crear problemas artificiales agravando los reales.

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