La tribuna

Juan Francisco Gutiérrez

El entierro del 'Tomate' y la boda de Sarkozy

LA televisión popular acaba de enterrar a uno de sus más emblemáticos representantes. El pasado viernes Telecinco emitió el último programa de Aquí hay tomate, el tabloide audiovisual más denostado de la última década. Los arúspices televisivos desentrañan ahora cuáles son las verdaderas causas de esta desaparición y barruntan cuál puede ser la deriva de la información rosa en televisión.

El público más adepto al Tomate se ha indigestado por el óbito de un espacio que, en los últimos años, ha hecho un alarde de despliegue informativo, incisivo y canino en torno a todo un amplio catálogo de seres, estares y malestares humanos. El placaje hacia las celebridades públicas ha generado demandas por intromisiones ilegítimas en el honor y una audiencia millonaria y persistente, aunque últimamente veleidosa.

Cualquier programa televisivo permite a los espectadores -en función de su preparación, de sus gustos o hasta del momento del día- lecturas diversas. Los entremeses burlescos del triturado programa no engañaban al público más formado de la sobremesa. Eso sí, engatusaban a los menos dispuestos a permanecer con los escrúpulos puestos a la hora de la siesta. Como buen antioxidante, el Tomate cosquilleaba, a través de un humor bufonesco no complaciente, a veces desternillante, en muchas ocasiones indignante. Lo insufrible para algunos fue adictivo para otros.

Pero el Tomate, tomado en serio, aportaba cada día mil ejemplos de lo que puede juzgarse como "mala praxis periodística". El fondo de sus absurdas noticias era siempre cuestionable; el uso de fuentes, atroz; la forma de su presentación, verdulera. Un sedante de media tarde que menospreciaba sin paliativos los códigos éticos y estéticos, martirizando a famosos de medio y largo pelo, como el de las misses más feas.

Quería venderse, con sorna, como la CNN de la prensa del corazón. Pero sus formas, salvando las distancias, eran las propias de la FOX, el canal estadounidense de ideología conservadora que con su parcialidad, demagogia y uso espectacular de la imagen, logró adelantar a la cadena de Ted Turner (a quien el Tomate hubiera presentado, sobre todo, por ser el ex marido de la aeróbica Jane Fonda).

Como programa de humor podrá resultar insustituible, pero como supuesta gimnasia del periodismo en televisión ha sido aberrante. Su final ha ido acorde a su trayectoria: dando pábulo a teorías conspirativas acerca de su cierre. Unas insidias tan españolas como el gazpacho, que nos recuerdan a otros relatos periodísticos recientes albergados en medios, como la prensa o la radio, a los que se atribuye un mayor rango de prestigio que a la televisión en la formación de la opinión pública.

Los púlpitos más críticos hacia un medio televisivo diezmado de espacios con chicha se ceban ahora, denunciando que ya estaba bien de tanto tomate para tan poca carne de interés público. Pero no creamos que muerto el programa se acabó la rabiosa tendencia de la televisión -y no sólo- hacia la diversión "sin complejos".

La perversión de supuestas prácticas periodísticas en la representación de la actualidad se ha propagado. El famoso Tómbola fue a La clave, en cuanto a espacios de debate, lo que Aquí hay tomate ha sido para los informativos diarios en televisión: una vuelta de tuerca del formato de origen, utilizado con fines distintos a los de su creación. De paso, el modelo canónico del noticiario se ha visto afectado por sus derivaciones. Las informaciones sobre la actualidad, cada vez más, refuerzan sus artefactos de ficción para ajustarse al modelo de la televisión popular de mero entretenimiento.

Hagan una prueba: contemplen cualquier telediario y, si alguna vez vieron el Tomate, jueguen a descubrir diferencias y similitudes entre los usos visuales y musicales en las noticias. La campaña electoral abre la oportunidad para suculentos ejercicios de este tipo. Pregúntense por el interés real de las informaciones o de sus personajes; por la selección de las fuentes o su pluralidad. A veces, el propósito político o comercial subyace de manera más sutil, pero igual de certera, que la avaricia en la venta de politonos.

El síndrome de Diógenes de las cadenas de televisión puede ser un mal crónico, curable en las televisiones públicas. Pero su contagio ha llegado hace tiempo a los espacios informativos tradicionales. Y este padecimiento no es sólo televisivo. Oigan algunas emisoras de radio, donde la bandería es el pan nuestro de cada día y donde lo más inaudito puede ser una muestra de la pluralidad o una información huérfana de opinión. Y lo peor es que se lo toman todo en serio: a tomatazo limpio.

El éxito del Tomate quizá fuera para llorar, pero que un informativo televisivo abra con la boda de Sarkozy y Carla Bruni puede que no sea algo de lo que reírse.

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