La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El error

Para su desdicha, el obispo de Canarias ha causado más daño con sus palabras que el 'drag' con su blasfemia

El obispo de Canarias es, con total seguridad, un hombre más piadoso, mejor conocedor de los textos bíblicos y más docto en teología que yo. Pero toda su piedad y sabiduría no le han impedido escribir que para él fue más triste el día de la Gala Drag del Carnaval, en la que una reinona se disfrazó de la Virgen y de Cristo crucificado siendo esta blasfemia lo más votado, que el día del accidente del avión de Spanair que se estrelló en Barajas después de despegar hacia Gran Canaria, causando 154 víctimas.

Ayer escribía aquí sobre la anécdota de la gala que deploro como ciudadano (por su agresivo mal gusto), como contribuyente (porque la difundiera en directo TVE) y como católico (por su carácter blasfemo). La libertad de expresión tiene límites legales, por lo que este caso es denunciable aun sabiendo la manga ancha que la justicia tiene en lo que a las ofensas a la religión católica y judía se refiere (con la otra no se atreven). La televisión pública tiene mejores cosas en las que invertir el dinero de los impuestos que la retransmisión de esta gala hortera. Y ahí, en la denuncia y la protesta, debe quedar la cosa. Es comprensible que el obispo sintiera tristeza por esta blasfemia hortera y más aún porque muchos miembros de su diócesis la votaran. Pero no que esto le causara más tristeza que 154 muertes. Los creyentes de a pie sabemos que nada le duele más a Dios que la pérdida de una vida humana y nada le ofende tanto como la falta de respeto al sufrimiento. Sin embargo al obispo le entristece más la blasfemia y el éxito que tuvo que tantas vidas truncadas y el sufrimiento de sus familiares.

Parece redundancia pedante, pero por desgracia es necesario, que se le recuerde que cuando ofendieron, insultaron, escupieron, torturaron y ejecutaron a Dios mismo encarnado en Jesús Nazareno, este no pronunció una palabra de condena, no utilizó su omnipotencia para defenderse y ni tan siquiera permitió que Pedro lo defendiera cuando lo arrestaron ("¡Mete la espada en la vaina! La copa que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber?"). El amor a Dios y al prójimo como una misma y única cosa -todos los mandamientos resumidos en dos- recorre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Señor no cambió una coma de la Ley mosaica. Si lo sabemos todos los cristianos de a pie, más aún deberá saberlo el obispo que, para su desdicha, ha causado más daño con sus palabras que el drag con su blasfemia.

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