En apenas unos días dejaremos atrás otro año. Es tiempo de balance, de poner en orden lo hecho y lo pendiente, de hacer recuento de lo bueno y lo malo que nos ha pasado, y también de fijar propósitos para el año que empieza. En lo personal, 2016 no se ha portado del todo mal. Pero si hago extensiva la valoración de este año a un ámbito más global, la sensación que me deja no es tan agradable. Cuando un año comienza, uno siempre tiene la esperanza de que sea mejor y de que las cosas que ocurran sean mejores que el anterior. Me ocurre cada año tratando de convencerme que la vida en este planeta no es tan mala como creemos. Sin embargo, en un mundo en el que se trata de imponer el terror a golpe de crueles asesinatos, injustificadas guerras y enquistadas enemistades internacionales que dirigen a veces de forma negligente los hilos de todo, no hay demasiado lugar para el optimismo. No es una reflexión catastrofista, sino desgraciadamente cada día más real. Ya no podemos sentirnos a salvo de la barbarie en ningún sitio. Los países civilizados en los que nos ha tocado nacer no son ya ese lugar seguro y ajeno a las desgracias de los países más pobres y vulnerables normalmente golpeados por la crueldad de algunos. La globalización nos ha colocado en el mismo sitio a todos en lo que refiere al riesgo de padecer las más dantescas atrocidades. La última ciudad europea, símbolo de tantos acontecimientos históricos, en sufrir los efectos de esta descontrolada espiral ha sido Berlín. Pero cualquier día pude ocurrir en España, Holanda o Dinamarca. El oasis en el que creíamos vivir dentro de un mundo de tantas desigualdades ha resultado no ser tal. Parece que los tentáculos de esa red de terror ideada por unas mentes enfermas sin el más mínimo atisbo de humanidad están consiguiendo llegar a los que consideramos los emblemas más destacados del viejo continente sin demasiado esfuerzo y eso aterra. La seguridad internacional se tambalea y algo debemos haber hecho muy mal para que estemos en este punto. Quizás el fin de año es el momento perfecto para hacer examen de conciencia y nosotros, los países considerados ricos y desarrollados, más si cabe. Debemos preguntarnos por qué somos objeto de este odio tan descarnado y qué podemos hacer para parar tanta barbarie. Pero no sólo aquí en nuestros cómodos reductos de comodidad, sino en cualquier recóndito lugar donde sufren en silencio. El nuevo año nos brinda otra oportunidad.

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