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Rafael / Padilla

La farsa académica

DICEN los rectores, muy enojados ellos, que los centros universitarios no ofertarán grados de 3 años hasta el curso 2017-18. Vale, hacen su papel, se plantan ante el exótico ministro y santas pascuas. Pero olvidan sus excelencias que el problema universitario español no se puede reducir al galimatías del tres más dos o del cuatro más uno. La realidad, al menos la que yo vivo, es otra y mucho más desesperada: la formación que ofrecemos en la universidad española es ahora bastante peor que la que ofrecíamos. El plan Bolonia ha fracasado, se ha convertido en un verdadero dislate, en un engañabobos voluntarista e ineficiente. Miren, llevo impartiendo docencia desde 1978, he soportado sucesivas reformas y en cada una, a mi juicio, hemos perdido algo. Por hablar de lo mío, comparto la opinión de ex rector Gil Olcina: el plan de estudios de Derecho de 1953 proporcionaba una formación muy superior a cualquier grado o máster actual. Desde entonces hasta hoy, degenerando como diría el otro, hemos llegado al punto en el que los alumnos terminan sus carreras sin la mínima preparación necesaria, con las materias superadas a galope tendido, sin el suficiente reposo como para asimilar el núcleo de la ciencia elegida.

No dudo que la intención fuera buena. Pero Bolonia requería profesorado y medios, justamente aquello que se nos ha negado. No sólo no se ha invertido en profesorado, sino que, muy al contrario, éste ha sufrido una fortísima disminución. Ya me contarán como se afronta una educación personalizada, con evaluaciones continuas y perfil práctico, cuando te encuentras con un centenar largo de almas a las que, además, hay que atiborrar de ideas en dieciséis semanas. Ni se enteran, ni lo van a recordar, ni tienen el estómago hecho para semejante atracón.

Y es que no nos quedan ni esperanzas: en mi departamento, el profesor más joven tiene 43 años; han desaparecido ayudantes y asociados; nadie está preparándose para el instante en el que, por edad o por hartazgo, nos vayamos.

Se puede cometer un error y, como tal, resulta perdonable. Pero lo que no se puede es insistir en él, adornarlo, aumentarlo. Ni se puede ni se debe, porque eso es engañar a la juventud que aquí llega con sus ilusiones intactas. Gerifaltes del invento, deténganse y piensen. Comparen lo que hubo y lo que hay y actúen en consecuencia. Hora es ya de terminar con una farsa que está destrozando el entusiasmo y las expectativas de tantos.

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