El feminismo equivocado

A veces las formas de explicarlo no son las más convenientes para la causa de la mujer, sino al revés

El feminismo, tal como se plantea en la política, tiene el inconveniente de la generalización y el riesgo del equívoco. También de sus contradicciones porque no existe un modelo canónico. A diferencia del marxismo, que venera a Karl Marx como profeta, en el feminismo desde Simone de Beauvoir a Caitlin Moran y sus imitadoras cualquiera que escribe algo ya se considera una autoridad. No existe un feminismo ortodoxo, sino diversas formas de reivindicarlo. Tienen razón en lo esencial, que es la igualdad de la mujer con el hombre. Hay que apoyarlas en lo que suponga lucha contra toda marginación. Pero, a veces, las formas de explicarlo no son las más convenientes para la causa de la mujer, sino al revés.

El 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, han organizado una huelga mundial. La mujer debe tener derecho a igualdad absoluta en los salarios. Y, además, se debe primar la singularidad de la maternidad. En el aspecto laboral no se puede tolerar ninguna discriminación. En el mundo occidental se ha avanzado bastante, pero hay otros mundos en los que aún siguen esclavizadas.

Es uno de los fallos del feminismo mundial: ponen el énfasis allí donde es más fácil hacerlo. En Europa y Norteamérica las mujeres están menos marginadas. Por el contrario, en África y los países musulmanes viven como en siglos pasados, entre la ablación y los harenes. Cuando emigran trasladan esa marginación a otros países. Y recordarlo no es racismo, sino la realidad, que necesita un tratamiento diferenciado para corregirla. Por ejemplo, en la violencia de género en Europa, cuyas estadísticas aumentan los inmigrantes de ciertos países entre un 20% y un 30%.

Precisamente, en la violencia de género, los malos resultados demuestran que hay errores de fondo. Y que no se soluciona sólo con más dinero y más vigilancia. Hace falta educación en el respeto y la libertad, claro que sí, pero eso colisiona con la mala educación para los menores que se gesta en internet (el acceso sencillo a la pornografía violenta, tipo manadas, por ejemplo), como se ha denunciado en algunos estudios.

En esa situación, decir portavoza, como Irene Montero, es un error que presta un mal servicio al feminismo. Porque avergüenza a muchas mujeres y sirve de cachondeo al 90% de los hombres, aunque no lo digan. Llevar el debate a esas chorradas (y a otras que se han consolidado, por culpa de políticos necios) entorpece y distrae del camino hacia la verdadera igualdad.

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