la tribuna

Jaime Martínez Montero

La formación de los maestros

EN una acertada tribuna, el profesor Cabello Hernández hablaba sobre la reforma de la enseñanza y concluía con unas cuantas ideas para hacerla efectiva. Suscribiéndolas todas, reparo en cierta incongruencia cuando, por un lado, habla de que la variable más importante de éxito escolar es la calidad del profesorado, y luego no hace ninguna recomendación respecto a la formación inicial de los mismos. Las facultades de Educación suelen quedar bastante al margen del debate sobre el fracaso escolar, como si la formación que impartieran a sus alumnos no tuviera mucho que ver con el desempeño profesional posterior de los mismos. ¿No es momento de pedir también que se mejore la formación inicial que se imparte a los futuros maestros? ¿No va siendo hora de denunciar la muy escasa preparación con la que salen los futuros profesores de las facultades de Ciencias de la Educación?

Una de las rutinas que me impuse como inspector era la de preguntarle a los maestros y maestras novatos si la preparación que habían recibido era la adecuada para hacerse cargo de un grupo de alumnos con todas sus circunstancias y peripecias. En mis largos años de ejercicio profesional no he encontrado a nadie que estuviera contento con la formación adquirida y, lo que es peor, el transcurrir del tiempo ha ido ahondando en esa insatisfacción y en ese déficit de competencia profesional. Como se dice del seguro, que cubre todo menos lo que pasa, dicen los alumnos de lo que han adquirido en su carrera: nos preparan para todo, menos para dar clase.

Hoy día se ve completamente normal que ese conjunto de saberes, destrezas y competencias que constituyen lo que se llama el "oficio" no se adquiere en el lugar donde te forman, sino luego, a lo largo del ejercicio de la profesión. Algo así como si estuviera fuera de lugar la pretensión de que el centro de formación de maestros... formara. ¡Hasta ahí se podía llegar!

He estado catorce cursos como profesor asociado en una Facultad de Ciencias de la Educación. Allí se desarrollaba, con precisión digna de mejor causa, la "evaluación" de la calidad de la formación. Consistía (y consiste) en pasarle un cuestionario a los alumnos para que, anónimamente, dieran su opinión sobre el profesor de cada asignatura. Excuso decirles cómo quedaba de malparado el profesor serio y exigente, y el enorme éxito del que alcanzaba una gran familiaridad con sus alumnos y desarrollaba muchas actividades del tipo de "venid y vamos todos", con sus debates y demás festejos, aunque no se les enseñara nada. Si, además, ese profesor o profesora aprobaba a todo el mundo ni les cuento los parabienes que recogía.

No se me entienda mal. No es que no sea necesario conocer la opinión que de sus profesores tienen los alumnos. Pero la evaluación debe ser algo más seria si se quieren tener datos reales e indicativos del nivel profesional que se alcanza al terminar los estudios. ¿Por qué no se les pregunta a los alumnos, una vez terminados sus estudios, por su opinión sobre lo que han hecho en sus años de Facultad y qué les han parecido sus profesores, el plan de estudios y demás? Ya verían qué sorpresas nos llevaríamos cuando se comprobara los altos índices de coincidencias vertidas sobre ciertas materias, ciertos profesores y ciertos planteamientos. ¿Por qué no se les pregunta a los profesores novatos, una vez que han empezado a trabajar, qué echan de menos en su formación o sobre qué aspectos deberían haber recibido una mejor preparación? Se podría recabar información de docentes expertos, de directores o de inspectores, cuyos puntos de vista podrían ser pertinentes para que la institución tuviera un cierto feed-back de su trabajo.

Pero no hay nada de esto. En el resto de las carreras universitarias un cierto control a posteriori de la formación adquirida es posible, teniendo en cuenta que son adultos los que reciben los efectos del ejercicio profesional, sea de un médico, un ingeniero, un arquitecto o un abogado. Pero los maestros se ocupan de niños, que son sujetos inmaduros y no demasiado críticos. Por ello, la carencia de evaluación de los niveles de formación adquirida es otro riachuelo más que alimenta la ciénaga del fracaso escolar.

Los futuros docentes no salen mal adoctrinados de su Facultad. Sobre ciertos temas incluso adquieren algún tipo de discurso: la igualdad de género, la atención a la diversidad, la importancia de la educación pública, lo injusta que es la sociedad, la Administración, el gobierno y el que pase por allí. A lo que no les enseñan es a dar clase. Es como si una enfermera o enfermero saliera de su centro de estudios muy concienciado sobre la utilidad de la sanidad pública, lo conveniente de un acceso igualitario a la misma, el derecho a una muerte digna, la defensa de unos presupuestos aceptables para que no se deteriore el sistema sanitario, etcétera, pero sin saber tomar la tensión, coger una vía o hacer una sutura.

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