El lanzador de cuchillos

La granja de nacoletón

Pronto empezaron las desavenencias entre los cerdos y la granja se dividió entre coletistas y babyfacers

Rebelaos! había dejado dicho el Mayor Sampedro en un panfletito que se distribuyó clandestinamente entre los animales de la granja. Incluso compuso un himno, "Sí se puede", que hablaba de acabar con la tiranía del señor Ibex, el propietario, y de ubérrimas praderas holladas sólo por La Gente Animal. A las bestias más despiertas, el discurso del Viejo Verraco les había cambiado la vida. Sobre todo a Los Tres Cerditos: Napoleón Coletas, Babyface y Gafitasredondas, que asumieron de forma natural el trabajo de enseñar y organizar a los demás. Nacoletón -como también era conocido- era un marrano de aspecto feroz, que tenía fama de salirse siempre con la suya. Babyface era más amable, pero poco de fiar. Gafitasredondas, de ojillos vivarachos y voz chillona, era capaz de hacer ver lo blanco negro. Entre los tres habían elaborado un sistema completo de ideas al que dieron el nombre de Podemismo animal.

Excitando la indignación del resto, pronto se hicieron con la hacienda, que pasó a llamarse Factoría Circular. Resumieron los principios del movimiento en una sola máxima que pudiera ser entendida por las ovejas tuiteras: "Hombre-casta, malo; gente animal, buena". El trabajo era duro y todos se aplicaban con el mayor interés; en verdad, los cochinos no trabajaban, pero dirigían y supervisaban a los demás. Un día se dio la orden de que las manzanas sólo podrían ser consumidas por los cerdos. Enviaron a Gafitasredondas a dar las explicaciones necesarias. Los animales se quedaron convencidos.

Pronto empezaron las desavenencias entre los cerdos y la granja se dividió entre coletistas y babyfacers. Nacoletón acabó azuzando a su antiguo amigo los perros que había criado en secreto y Babyface tuvo que salir corriendo de la hacienda. Escoltado por sus canes, el puerco alfa anunció que ya no habría más asambleas, que todas las cuestiones relacionadas con el gobierno de la granja serían resueltas por una comisión especial de cerdos, presidida por él. Y que ya no viviría en la cochiquera, sino en la antigua casa del sr. Ibex, a la que ningún otro animal tendría acceso. Entre los habitantes de la granja cundió el malestar, pero sólo Kichi, un burro con mosca, se atrevió a levantar la voz. Esta vez fue el propio Nacoletón quien compareció ante los animales, con gesto compungido: "Camaradas, debéis saber que todo lo hago por vosotros: ¿acaso queréis que vuelva el sr. Ibex?" Las ovejas estallaron en un tremendo balido. Los perros de Nacoletón enseñaron los dientes. Silenciosos y aterrados, los animales volvieron sigilosamente al granero.

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