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La tribuna

Alberto Priego

¿Qué hacemos con Afganistán?

EL pasado 20 de agosto se celebraron en Afganistán las segundas elecciones presidenciales de la era postalibán. A la espera de resultados definitivos, lejos de traer estabilidad, estos comicios han sumido al país en una incertidumbre que amenaza la escasa paz existente en Afganistán.

Las elecciones han estado marcadas por la polémica, ya que la oposición ha cuestionado el proceso en su totalidad. Primero fue la fecha de convocatoria, después la nominación de los candidatos, luego el registro de los votantes y por último el recuento de los votos. Las principales críticas recaen sobre el presidente Karzai, quien parece haber utilizado el débil aparato del Estado afgano en su favor. Por si esto fuera poco, los talibanes aparecieron en escena amenazando con cortar el dedo a todos aquellos ciudadanos que decidieran ejercer su derecho al voto. El resultado final han sido unas elecciones plagadas de irregularidades donde el ratio de voto en urna ha llegado a ser de uno cada siete segundos, donde una tal Britney Spears ejerció su derecho al voto o donde, por sólo diez dólares se podía comprar una tarjeta censal.

Los candidatos con más posibilidades son Hamid Karzai y el antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Abdulá Abdulá. Si bien es cierto que ninguno de los dos son candidatos del agrado de la población, el presidente Karzai parece haber llegado a pactos incluso con el mismísimo diablo para lograr la reelección. Entre sus compañeros de viaje encontramos al sanguinario líder uzbeko Dostum o a Abdul Sayyaf, la persona que invitó a Ben Laden a Afganistán.

Por su parte, Abdulá, un tayiko vinculado a la resistencia antitalibán (la Alianza del Norte), parece la opción más firme para disputarle la presidencia al líder pastún. Aunque Abdulá no es Hamid Karzai, tampoco goza de una buena imagen entre la población, ya que, entre otras cosas, se le acusa de estar financiado por Irán o de tener un historial vinculado al tráfico de drogas. Si bien es cierto que los primeros sondeos daban hasta un 70% del voto al presidente Karzai, los primeros resultados señalan a una mayor igualdad, que podría explicarse por las siguientes razones.

En primer lugar, la falta de seguridad. La amenaza talibán de boicotear las elecciones se tradujo en un incremento de la violencia en los días previos a los comicios. El aumento de los ataques suicidas, los ahorcamientos de aquellos que se atrevían a acudir a los colegios electorales o los ataques contra el palacio presidencial son sólo algunos de las acciones protagonizadas por los radicales para disuadir a los electores.

En segundo lugar, la participación. En términos generales la participación ha caído unos 20 puntos respecto de las presidenciales de 2004 o a las parlamentarias de 2005. Sin embargo, en algunas zonas del norte, donde el apoyo a Abdulá es mayor debido a su etnia, la participación se disparó hasta el 60%. Por el contrario, y debido sobre todo a la falta de seguridad, en las zonas de mayoría pastún donde el apoyo al presidente Karzai debería ser mayor, los niveles de participación fueron muy inferiores a los de 2004, lo que pondría en peligro su victoria electoral. Este hecho ha provocado que sea precisamente en esta zona donde se han producido las principales irregularidades.

En tercer lugar, la falta de apoyo internacional a un candidato concreto. Aunque de forma velada Hamid Karzai fue el candidato de todos en 2004, en 2009 no es el candidato de nadie. Si bien es cierto que ningún candidato goza de apoyos internacionales, no es menos cierto que el antiguo ministro de Finanzas Ashaaf Ghani contaba con el asesoramiento de James Carville, estratega electoral de Bill y Hillary Clinton. Por ello, ninguno de los candidatos gozan del apoyo de Washington, aunque la Casa Blanca considera a Karzai como el menos deseado.

Así, la situación en Afganistán es incluso peor que antes de las elecciones. Por un lado, el nivel de participación se ha reducido hasta el 30%, a lo que hay que sumar las acusaciones de fraude vertidas por todos los aspirantes sobre el palacio presidencial. Por otro lado, prácticamente todos los candidatos han anunciado que no aceptarán unos resultados en los que Karzai salga elegido y amenazan, incluso, con tomar las calles hasta que se reconozca el fraude electoral. Un escenario de protestas generalizadas con enfrentamientos entre pastunes y tayikos generaría aún más caos y más violencia en un país que ya de por sí es el más peligroso de mundo. Tras la primera vuelta de las presidenciales afganas, la pregunta que todos nos hacemos es la misma: ¿qué hacemos con Afganistán?

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