La tribuna

Roberto Savio

El hombre, los conflictos y las sociedades

MIENTRAS la guerra en Iraq desencadenó manifestaciones masivas en todo el mundo, el aumento del número de combatientes en Afganistán sólo genera pequeños debates en algunos pocos parlamentos. Obviamente, la intervención en Afganistán es mucho más "legítima" que la invasión de Iraq, basada en los falsos presupuestos de la existencia de armas de destrucción masiva, o la complicidad de Sadam Husein en la destrucción de las Torres Gemelas. Pero no deja de ser significativo que la guerra, con sus altos costes humanos, sea ya aceptada como algo inevitable, con una resignación incluso desde el mismo movimiento por la paz en el mundo.

Lo cierto es que el hombre tiende a activar el conflicto como algo natural y espontáneo. La existencia de una sociedad de leyes y de reglas es la que logra controlar algo esta tendencia.

Con el pasar de los siglos, los principios y los valores aceptados por las sociedades, antes a escala nacional y después a nivel internacional (estamos todavía lejos de llegar a un punto aceptable), se han ido afinando. Por ejemplo, ahora se ha comenzado a admitir que pueda haber intervención humanitaria internacional en caso de situaciones de conflicto que afecten a muchos civiles inocentes. Es decir: las guerras no tienen que superar ciertos límites de barbarie.

La pregunta hoy es: ¿se podrían volver a destruir Dresde o Hiroshima, sin un reproche moral mundial, que en estos dos ejemplos de aniquilación de civiles (y no de objetivos militares), no se dio en la conciencia de la época?

En otras palabras, los conflictos sólo pueden tener como límite el nivel de civilización en el cual se desarrollan. Cuanto más primitiva sea una sociedad, más frecuentes son los conflictos y la muerte de civiles inermes, de mujeres y niños.

Pero, pongamos por caso que un extraterrestre desembarca en una ciudad del planeta Tierra, se presenta ante los ciudadanos atónitos, y pregunta dónde está. Supongamos que algún humano le vaya explicando la existencia de naciones y los pueblos. Y que el extraterrestre le pregunta cómo se relacionan estas naciones, y que el humano le conteste que existe un organismo de gobernabilidad mundial, que se llama Naciones Unidas, que sus órganos son elegidos por todos los países, y que está formado por la Asamblea General, el Secretariado, y el Consejo de Seguridad, además de agencias, fondos y programas. Y que el Consejo de Seguridad es el organismo encargado de evitar y dirimir sobre la gestión de guerras en la Tierra. Allá el extraterrestre descubre la existencia de las guerras y pregunta cómo se hacen, y se le contesta que con las armas.

Y durante un cuestionamiento más detallado, se le explica al visitante del espacio que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad son los responsables del 82% del comercio de armas en el mundo (Estados Unidos es, de lejos, el más grande comerciante). Llegados a este punto de la conversación no sería de extrañar que el extraterrestre despegara inmediatamente en su nave de última generación para buscar un planeta más lógico y coherente en el que hacer turismo de paz.

Es, tal vez, por esta falta de lógica que los grandes acontecimientos siempre han abierto esperanzas de reducción de conflictos y consumo en armamento. El fin de la guerra fría fue acompañado por la expectativa de recoger dividendos de paz. El fin de enormes gastos militares hubiera permitido liberar fondos para la paz mundial, ayudando al desarrollo, reduciendo las enfermedades, aumentando la esperanza de vida de las dos terceras partes de la humanidad en el Sur del mundo. Estos dividendos no se han hecho efectivos en ningún momento, y Estados Unidos hoy gasta en armamento una suma igual a la del bloque de 20 países que le siguen en este triste ranking.

La llegada de Obama al poder, tras ocho años de un presidente que era conocido como el "presidente de la guerra" y que abogaba por una guerra infinita contra el mal, ha sido también considerada un momento crucial. Pero, en lo que se refiere a gastos militares, a sus aspectos legales, y al conflicto en Afganistán, no hay cambios reales entre ambos mandatos, fuera del muy importante esfuerzo realizado por el gobierno de Obama para reducir los armamentos atómicos. Más bien, el tema ahora es cuánto aumentar las tropas en Afganistán. Es curioso, pero en la historia moderna de Estados Unidos, sólo hubo un presidente bajo el cual Washington no estuvo comprometida en algún conflicto: el muy impopular Jimmy Carter.

Hace diez años, la Asamblea General de la ONU aprobó la Declaración y sus recomendaciones para un Programa de Acción sobre una Cultura de Paz. Se trata de uno de los documentos más modernos y éticos que han surgido de la comunidad internacional. Muy poco se ha ido implementando con el paso del tiempo. Pero este esfuerzo ha elevado el nivel de civilización en que vivimos, y convierte las guerras, si cabe, en más odiosas. Cada oleada de paz en contra de una muralla de violencia contribuye a su derrumbe.

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