La esquina

Una huelga que busca el empate

LOS sindicatos no conceden credibilidad a la última pirueta de Zapatero, que les ha tendido la mano para negociar, ya que no la reforma laboral, sus reglamentos y desarrollos. Piensan que es un intento de desactivar la huelga general. Igual que la anunciada disposición del Gobierno a pactar la reforma de las pensiones.

Ciertamente, Zapatero tiene la obsesión de caerle bien a todo el mundo y no decirle que no a nadie. Es de imaginar lo que le habrá costado romper su idilio de años con las centrales sindicales, ser vetado en el mitin de Rodiezmo o recortar las pensiones. Por eso se preocupa de dejar claro que él no quería hacer el ajuste duro ni la reforma laboral, que le han obligado unos malvados y anónimos mercados financieros -en realidad, que debemos mucho en el extranjero y que no somos competitivos- y que no ha tenido más remedio que molestar a sus aliados predilectos.

Pero hay algo más en estas ofertas de negociación: la necesidad de no romper el cordón umbilical que une al Gobierno socialista con el único bloque organizado que ha garantizado hasta ahora la hegemonía social y política de la izquierda. Al Ejecutivo le disgustaría profundamente que hoy se produjera un fracaso estrepitoso del sindicalismo. Querría que la huelga general tuviera el eco preciso para no deslegitimar el modelo sindical vigente -y, de paso, para ofrecer la imagen de un Gobierno que, pese a las protestas de los suyos, se mantiene firme en hacer la política que tiene que hacer-, pero no tanto eco como para verse desautorizado en la calle y con destrozo para sus expectativas electorales. De ahí sus constantes proclamas de respeto a la huelga y a sus convocantes, las facilidades para consensuar los servicios mínimos y los ofrecimientos conciliadores.

Por el lado de los sindicatos pasa tres cuartos de lo mismo. CCOO y UGT han acudido a la huelga por necesidades de autoafirmación, tratando de convencerse a sí mismos de que aún es posible que el Gobierno rectifique y siendo conscientes de que la derrota de Zapatero sólo abre una posibilidad en el panorama nacional, que es el triunfo de Mariano Rajoy y, con él -imposible ya el actual tancredismo oportunista del PP-, la práctica de una política económica muy parecida o, en algunos casos, más neoliberal y menos socialdemócrata. Quieren enseñar el músculo suficiente para que se les tenga en cuenta y cese de cuestionarse su representatividad y su función social, pero no tanto como para dejar mortalmente herido a un Gobierno que, si ya no es hermano, no deja de ser hermanastro.

De modo que la huelga general, por una parte y por la contraria, se presenta con vocación de quedar empatada. Veremos qué votan los llamados a hacerla. Aunque falten entre ellos los cuatro millones largos que no pueden ni optar entre el trabajo y la huelga.

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