AH!, aquel personaje bifronte, amante de la Magnani y la Piaf, jugador empedernido de bacará en el casino Bellvue de Biarritz, adicto al dry Martín y al bikini cubriendo pubis dorados, recorriendo con su Aston Martin azul metalizado -como las aguas de Anacapri donde el viejo Tiberio aliviaba sus pústulas y bubones imperiales- el trayecto París-Varsovia, con excursiones imprevistas a Francoforte del Meno. Siendo preceptor de la escuela pietista de Fridericianumm tradujo al chino mandarín y galaico -por orden cardenalicia y sin perder el estilo- el parte más lacónico del siglo XX (Cautivo y desarmado..., etc.). Versado en el medievo, adquirió La extracción de la piedra de locura del alucinado Hyeronimus Bosch en una subasta salmantina, tan sólo para colgarla bocabajo en la alcoba principal del palacio Venier dei Leoni en Venecia, alquilado, eso sí, en temporadas bajas. Siempre viviendo entre delirios y duermevelas y, sin embargo, presto a morir en pelag d'amour, había estudiado pignoración en Harvard. Aún conserva los apuntes, tomados con pluma de ánsar en resmas de papier couché, de su maestro y filósofo Elmer Cartwright sobre la imposibilidad de la justicia. Obstinado hasta en la duda, mantuvo correspondencia con Curzio Malaparte cuando le destinaron, por equivocación, a una herboristería de Helsinki en los confusos cuarenta. Guarda de esos tiempos una corbata con manchas de salsa de frambuesa que le dedicó el vate falangista y gran gourmet Agustín de Foxá para quitárselo de encima. Estuvo en Sierra Maestra con Fidel, Cienfuegos y el Ché. Todavía esconde en una lata de galletas Fontaneda, teñidas por el sepia del tiempo y la melancolía, las viejas fotos de aquellos utópicos barbudos con habanos y metralletas. Solía repetir que la realidad no es razonable, sino tan sólo pasmosa. Y añadía con rotundidad unamuniana que, si no fuese por los números, ¡a hacer puñetas!

-Juan, estamos aquí de chiripa. Los números son la primigenia fórmula magistral, ni Big Bang ni big crunch, ni Ben Laden. Todo al carajo, te vuelvo a repetir. ¿Cómo si no los banqueros les dan tanta importancia?

¿Cómo contar ahora que la muerte se llama 2ºB, cómo decir 2ºB sin abismarse por la tiniebla de porteros eléctricos y solos, cómo decir a nadie yo soy el enamorado del 2ºB, quien saca la basura del 2ºB, dónde se prende la luz del 2ºB, cómo vivir cuando su nombre pálido te cerca? (Javier Egea)

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