La inteligencia al poder

Jóvenes que lo han tenido y lo tienen todo, pero que se califican a sí mismos de antisistema

Siendo la inteligencia la característica más definida del ser humano, resulta paradójico que esté tan poco extendida. Basta dar un vistazo al mundo que nos rodea para tomar conciencia de que el homo sapiens es una rara avis que escasea en beneficio de esa subespecie imperante que es el homo imbécilis. En mis años universitarios, en la década de los setenta, la progresía se mostraba encantada por los efluvios del Mayo Francés y la Primavera de Praga. Eran tiempos que, sin duda, fueron bien llegados y bien recibidos por una sociedad tanto europea como española que precisaba de determinados cambios que le hicieran superar las posguerras. Bajo el lema de la imaginación al poder se gestó una nueva Europa que años más tarde alcanzaría altas cotas de libertad individual y bienestar social.

El próximo año se cumplirán cincuenta de estos acontecimientos y son muchos los nostálgicos que aún siguen anclados en sus premisas. La imaginación siempre es necesaria, no solo para el poder, sino para encontrarle justificación a la existencia y seguir viviendo, pero con ella solo no basta. Se puede ser muy imaginativo, pero un desastre como persona y gestor. Y como los tiempos cambian que es una barbaridad, las condiciones nacionales e internacionales han variado mucho en las últimas cinco décadas.

A pesar de ello, son muchos los que siguen varados en el tiempo. Los que denominábamos progres, que aún siguen existiendo, son hoy auténticos carcamales. Muchos no pasan de los treinta años y no conocieron la época ni saben lo que es la incongruencia de la gauche divine. Jóvenes que lo han tenido y lo tienen todo, que han recibido infinidad de ayudas sociales y prebendas, pero que se califican a sí mismos de antisistema. Sistema, por cierto, que les da asistencia médica, ayudas al paro laboral, jubilación con frecuencia excesivamente precoz, enseñanza primaria y secundaria gratuitas, universidades públicas asequibles.

Todo en la vida es mejorable y lo público no iba a ser menos. Pero estos carcamales de entre veinte y setenta años que ni han visto nada ni se han enterado de nada, fruto de su ignorancia, se creen en posesión de la verdad absoluta. Deberían gastar sus energías en mejorar el sistema y no en destruirlo. La impaciencia y la suficiencia son características de la inmadurez, pero para quemar energías está el deporte y las pruebas, mejor hacerlas con gaseosa.

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