En tránsito

eduardo / jordá

L ista F alciani

CUANDO se hace público que alguien ha tenido una bonita cantidad de dinero oculta en un banco suizo, como ha pasado ahora al revelarse algunos nombres de la lista Falciani, la reacción habitual de los implicados suele ser de sorpresa y hasta de escándalo, como si su nombre no hubiera aparecido en una lista de evasores fiscales, sino en un listado de personas que sufren una de esas enfermedades muy raras que te alteran por completo la vida -como el síndrome de Moebius-, por lo que hacer pública esa información supone una vergonzosa intromisión en la vida privada. Y algunos de esos implicados incluso se inventan una bonita historia con reminiscencias de realismo mágico, atribuyendo esa cuenta oculta en Suiza, por ejemplo, a un tío abuelo que hace muchos años patentó en Texas una peladilla fosforescente fabricada con grasa poliinsaturada de cacahuete, gracias a la cual se hizo multimillonario, y que al morir legó a su sobrino nieto una pequeña fortuna depositada a nombre en un banco suizo (y de la que el interesado, por supuesto, no sabía nada hasta que un periódico divulgó la información).

Lo curioso del caso es que muchos de esos implicados suelen aparecer a menudo en los medios de información, y muchos se proclaman grandes patriotas y enamorados de su país, pero a la hora de la verdad ponen su dinero a buen recaudo y se olvidan por completo de hacer que su país sea un poco mejor de lo que es. Y sí, ya sabemos que pagar impuestos es una experiencia descorazonadora -y en algunos casos humillante-, porque todos sabemos lo mal que se emplea en muchos casos el dinero recaudado, por la cantidad vergonzosa de privilegios y de prebendas que se financian con ese dinero. Pero ese dinero, por mal empleado que esté, es la única garantía de que podamos vivir en una sociedad mínimamente habitable. Y habría que recordarles a esos evasores que si viven en un país agradable y tranquilo, en el que no se ametralla a los transeúntes para robarles un reloj, es gracias a que existen unos impuestos con los que se evitan, mal que bien, las situaciones más dramáticas de exclusión social que acaban degenerando en violencia.

Y por cierto, a la hora de pagar impuestos tampoco ayuda mucho sospechar que el ministro Montoro parece haber amparado a estos defraudadores, al imponerles multas mucho más leves que las que castigan al pobre diablo que se olvida de presentar la declaración del IVA en el plazo reglamentario. Qué difícil es cumplir con la ley en este raro país nuestro.

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