CUENTA la leyenda que antes del sorteo del Mundial 82 de fútbol, aquel de Naranjito y del fiasco de España, estaba decidido que Kuwait jugara en Málaga. Pero fallaron las bolas calientes, más bien quien las extrajo. En La Rosaleda acabaron jugando Nueva Zelanda, Escocia (buen negocio) y la Unión Soviética. La Costa del Sol, Marbella en particular, estaba de moda y era referencia en el turismo mundial, entre los potentados árabes también. Las visitas del rey Fahd, sus flotas de coches y sus propinas generosas eran bien glosadas.

Tres décadas después, tras una época de progresiva decadencia, una travesía del desierto y un periodo ominoso, Marbella está de nuevo en el ojo del huracán, esta vez positivo. Con las Obama la publicidad es impagable y con la instalación del jeque qatarí que ha adquirido el Málaga se generan nuevas vías de inversión. La venta del club al jeque ha sido una de las noticias del año, en vertiente social, económica y deportiva. En Málaga, sin duda. A nivel nacional, sucede que el fastuoso verano de los competidores patrios la ha solapado. Con el inicio de la temporada deportiva, el proyecto que se cocina en Martiricos se pondrá en el microscopio a ojos del país entero.

Los nuevos mandamases blanquiazules toman medidas, no se les puede reprochar actitud contemplativa. Han elegido el fútbol como herramienta para radicarse en diversos sectores de la provincia malagueña. El balón es un buen salvoconducto, abre puertas. El dinero, con la que está cayendo, multiplica las citadas aperturas. Vienen con sus ideas, algunas de ellas chocan. No deberían dejar de lado la idiosincrasia del lugar. Es cierto que poner distancia es una manera de ser ecuánime, pero no hay que olvidar la historia y las costumbres del sitio al que se llega. Gastan dinero en hombres desconocidos para el gran público más que en nombres rimbombantes. Vienen jugadores con escasa experiencia en las mejores ligas del mundo. Es su particular fórmula para que el Málaga crezca y llegue a consolidarse en Europa. Pero el balón rueda y eso no se controla desde el palco. Aunque en aquel Mundial 82, un jeque kuwaití bajó al césped de Zorrilla (Valladolid) para mandar anular un gol de Francia que estimaba ilegal. El árbitro, soviético, lo acató. Eso que se perdió La Rosaleda.

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