Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Menos latín y más soporte

EL medio no es el mensaje. Marshall McLuhan, aquel figurante canadiense de una película de Woody Allen, se equivocó en su conocida sentencia. O si acertó, es porque después del homo tipographycus, hijo de la Galaxia Gutenberg, entrábamos en una sociedad donde todo era medio. En todos los sentidos: todo está mediatizado, ni chicha ni limoná. ¿Cuántos presuntos intelectuales veían a diario el Tomate cuyas exequias televisivas hoy celebramos en el Valle de los Vahídos?

El Tomate es un producto de la sociedad y no viceversa. Por simple deducción sociológica, el Tomate no desaparece, cambia de soporte: de las televisiones, cumplido su objetivo, pasa a las conciencias. Por lo menos se va por sus propios medios, sin ningún acontecimiento que lo precipite, como sí le ocurrió a Tómbola, eliminada de la parrilla de Canal Sur después del espectáculo circense que montaron en torno a la muerte de Diana de Gales y Al Fayed.

Ni se crea ni se destruye. El Tomate se transforma. Llega el paro biológico para esos espectros idolatrados en las peluquerías: primos, cuñados y acólitos de mayordomía. Ese programa es hijo eximio de esta sociedad autocomplaciente convencida en hacer realidad en cinco meses lo que no pudo en cinco siglos. Una sociedad, la española, a la que el protagonista de Tu rostro mañana, de Javier Marías, considera en el libro que cierra la trilogía, en el viaje sin retorno de Stevenson desde Edimburgo hasta Samoa, "envilecida hasta la médula y embrutecida en demasiados aspectos".

Síntomas evidentes corregidos a base de maquillaje social y carretillas de euros. O con estrambotes como el beneplácito del Tribunal Constitucional a la ley de Igualdad que consagra la paridad asimétrica para los cargos públicos de un 60 por ciento de varones y un 40 por ciento de hembras. En mi casa hemos dado un paso adelante: hay un 60 por ciento de hembras y un 40 por ciento de varones. El muy paritario Tribunal Constitucional -diez hombres y dos mujeres, una de ellas presidenta- aduce razones de peso para respaldar la letra y el espíritu de la ley. La sacralización jurídica de la cuota. Pero desde el sentido común tiene el mismo predicamento que si el Constitucional considerase legal tomar el sol a las doce de la noche. Lo que no se puede prohibir, está permitido. Además, tiene entre la jurisprudencia los encantos turísticos del sol de medianoche entre fiordos.

En este desparrame, un grupo de feministas repudian el latín por sus connotaciones masculinas. Habrá que esperar la reacción de Rosa y Rosae. Le dan la razón al ministro de Franco que proclamó aquella joya inefable: menos latín y más deporte. Era cordobés de Cabra, egabrense gracias al latín y se apellidaba Solís. Aquí hay tomate.

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