Ya era leyenda

Incluso los más grandes, como era su caso, besan al final la lona y prueban el sabor de la derrota terrenal

ángel Nieto tenía algo de Bilbo Bolsón, de hombre pequeño de talla pero gigante de temperamento, capaz de conquistar colinas nunca conquistadas a base de fe y coraje. Para mi generación, el piloto zamorano, el hombre del 12+1, nunca fue persona sino siempre, siempre leyenda. Nacimos cuando sus grandes logros ya tocaban a su fin, así que lo vimos bajarse de la moto y dedicarse a otros menesteres. Primero a director deportivo y luego a comentarista, con ese estilo tan particular, con esa vehemencia suya y esa pasión, que quedaba palpable en sus castizos comentarios, siempre trufados de chascarrillos y anécdotas. Tenía buen humor Ángel Nieto, pero también su mala leche, y a su voz nos acostumbramos los domingos por la mañana, en esos despertares postsabatinos en los que el sofá y las motos, unidos a la aspirina, se convertían en un refugio para combatir la modorra y la clásica y juvenil cefalea dominical. Nuestros ídolos fueron entonces otros pilotos, no él, pero el que más y el que menos sabía que sin Nieto, si la leyenda pionera, no hubiésemos tenido lo que vino después. Ni los éxitos del sonriente y pulcro Sito Pons ni el malditismo literario de Joan Garriga ni el gafe perpetuo e ibañesco del infausto Carlos Cardús. Ni la elegancia de sir Álex Crivillé ni esa cosa surfera y pijomotera que paseaba en su largo cabello rubiasco el combativo Sete Gibernau. Tampoco los intentos nunca del todo exitosos de la propia saga de los Nieto, de la que nunca volvió a salir un campeón del mundo, ni ese trío de fenómenos que son el genial y loqueras Jorge Lorenzo, el perfecto y prodigioso Marc Márquez y el existencialista y a veces lúgubre y reconcentrado Dani Pedrosa. Ángel Nieto, con sus 12+1 títulos en la maleta, era como el abuelo fundador de esta casta larga de arrojados hobbits que llevaron a España a convertirse en potencia mundial del motociclismo. Por eso era leyenda y por eso en el viejo Jarama, tan de otro tiempo, una estatua lo recordaba incluso cuando estaba vivo. Campeón entre campeones, el piloto zamorano murió el jueves, un 3 de agosto y no un 13 como le correspondía por su superstición, y nos recordó que el tiempo se nos va y que nada es eterno. Incluso los más grandes, como era su caso, besan al final la lona y prueban el sabor de la amarga y terrenal derrota.

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