RESULTA difícil escribir sobre otra cosa con más de cinco millones de parados en España y 1,2 millones en Andalucía. Uno ya no recuerda la última vez que la EPA arrojó un dato positivo, pero quizá lo peor de todo es precisamente eso, que las cifras del aumento del desempleo se van convirtiendo cada mes en una cantinela a la que uno se termina acostumbrando. El problema es muy serio porque un país no puede sostenerse de ninguna manera con cinco millones de desahuciados llamando a la puerta; el modo en que puede estallar esto es todavía impredecible, pero, cuanto menos, cabe concluir que las garantías sociales ya están convenientemente dinamitadas. No sé ustedes, pero a un servidor las medidas propuestas desde que estalló la crisis le parecen parches con los que pretende arreglar el bote salvavidas cuando lo que se hunde es el barco entero. ¿Es el acuerdo de moderación salarial la respuesta adecuada? ¿Lo es la subida del IRPF? La clave de la contratación la tienen las pymes, pero mientras montar una empresa siga siendo sinónimo de ruina pocas esperanzas podremos albergar. Sin embargo, hay algo que me produce aún más pánico: que la conclusión que José Antonio Griñán extrae del asunto sea la satisfacción porque en Andalucía el aumento del paro ha sido cinco veces menor que en el resto de España, lo que a su juicio demuestra que las medidas para el fomento del empleo de su Gobierno son las adecuadas, confirma que a la crisis económica le secunda una debilidad política directamente proporcional. Y ya se sabe lo que significa eso: el paro y la inestabilidad son el caldo de cultivo de totalitarismos de los más diversos signos que hacen de la libertad el enemigo a batir. Lo que históricamente ha permitido a los territorios sobrevivir a los pozos más desastrosos han sido los liderazgos firmes tanto en la protección social del individuo como en la batalla contra los abusos. Y eso es lo que exige esta democracia: más huevos para hacer la tortilla.