Las inevitables expectativas suscitadas por el Teatro del Soho que abrirá Antonio Banderas, si se cumplen los plazos, en septiembre de 2019, han dejado en un segundo (tercero, cuarto) plano la evidencia de que, a cambio, el Teatro Alameda echará el cierre después de más de medio siglo para que el nuevo proyecto pueda instalarse en su local de la calle Córdoba. Y, claro, es lógico: apuntes como una inauguración con el musical Zorba el griego protagonizado por el propio Banderas, las coproducciones previstas con Broadway a estrenar en Málaga, la programación de clásicos, los homenajes a grandes referentes del teatro español y la reserva consagrada a la escena alternativa, confirmados todos ellos por el mismo actor malagueño, presentan suficientes lucecitas con las que deleitarse como para que encima haya que reparar en lo que se va. Respecto a las decisiones asumidas, al hablar de dos proyectos de carácter estrictamente privado poco cabe decir más allá que el desear suerte a sus respectivos impulsores, el que viste de largo su invento por una parte y el que liquida el suyo por otra, para que el futuro les sea propicio a ambos. Pero no deja de resultarme inquietante esta tendencia en la vida cultural malagueña por la que, venga de donde venga la financiación, la mayor parte de las iniciativas se ponen en marcha a costa de otras. Resulta previsible que, si el menú servido es finalmente el anunciado, al Teatro del Soho le irá muy bien y contará con el favor del público, por lo que esto debería bastar; pero también cabe apuntar que cualquier nuevo proyecto cultural, sea cual sea su titularidad, se inserta inevitablemente en un mapa de experiencias y recorridos ya vividos, en una determinada tradición y en una cultura, propiamente dicha, construida a base de sedimentos, ensayos, éxitos y errores en la historia de una ciudad. Los recambios son siempre bienvenidos, y apuestas como el Teatro del Soho prometen enormes cantidades de oxígeno; pero la alegría del borrón y cuenta nueva entraña ciertos peligros respecto a lo ya consolidado. Que no es poco.

Un servidor considera una mala noticia que el Alameda desaparezca sin más. Tras el cierre de sus salas de cine, Carlos Sánchez-Ramade y su equipo se volcaron en un teatro comercial, de comedia, familiar y para el gran público, como escaparate en Málaga para los estrenos recurrentes de la Gran Vía y además con producciones propias que, a cambio, han conquistado la taquilla en Madrid. Y, con todas las dificultades, el Alameda ha logrado crear un público con suficientes garantías de continuidad y que responde por lo general mejor que bien a su programación. Sin este teatro comercial, que puede ser tan bueno o tan malo como cualquier otro, el desarrollo de un público para las artes escénicas en Málaga, en general, pierde una base esencial. Y aunque (insisto) el Teatro del Soho tenga al público a favor, hablamos sin remedio de otra cosa, más a lo Broadway pero, tal vez, menos popular. Habría debido seguir el Alameda su andadura, aunque fuera en otra parte. Por el bien de todos.

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