ME remonto en mis recuerdos al primer mandato, como alcaldesa de nuestra ciudad, de Celia Villalobos. Lo obtuvo en minoría por el desacuerdo entre PSOE e IU que se entretuvieron, en esos momentos, en demostrar que con ellos no va todo eso de que la unión (de las izquierdas) hace la fuerza, o aquello de que la izquierda unida (ambos términos en minúsculas) no será vencida (en mayúsculas jamás venció), etc., etc. Recuerdo también que, faltando un año y unos meses para las siguientes elecciones, en el Pleno convocado para aprobar los Presupuestos correspondientes al último año del mandato, el PSOE se unió a IU para que no saliesen adelante. Se prorrogó el presupuesto vigente y se volvió a prorrogar al año siguiente. Era portavoz, a la sazón, del grupo socialista mi admirado, respetado y querido amigo Eduardo Martín Toval, posible gran alcalde de esta ciudad que hubiese sido si no lo malogran primarialmente algunos compañeros de partido. En una comida, celebrada mano a mano, vine a preguntarle el porqué de forzar la prórroga de los Presupuestos, entendiendo que ello era malo para la ciudad. Eduardo, avezado político, con muchos años de entrenamiento en el Congreso, portavoz del PSOE con Felipe González y un largo etc. en su carrera política, me dijo: "Si le permito a Celia aprobar estos Presupuestos, con que el año que viene los prorrogue nos gana las elecciones de corrido". Entendí perfectamente la estrategia y entendí que eso es el juego político en democracia.

Las circunstancias en las que nos encontramos en estos momentos de aprobar los Presupuestos Generales del Estado no tienen nada que ver con las apuntadas para aquella época de Celia y Martín Toval. Estamos a tres años de unas nuevas elecciones generales. Estamos ante una situación de crisis generalizada y globalizada. Forzar en estos momentos una prórroga de los Presupuestos del año anterior, realizados para una situación económica con previsiones de altos crecimientos, no parece que sea la mejor de las tácticas, ni siquiera pensando partidistamente en el acoso y derribo al Gobierno. Bien es cierto que, ante la situación, el Gobierno Zapatero debiera haberse situado en una postura más flexible, y haber tratado de consensuar algunas partidas presupuestarias pero, en cualquier caso, nunca la oposición del PP debiera haber forzado al Gobierno a tener que pactar con el PNV y el BNG para sacar sus Presupuestos adelante. Solbes sabe, y Rajoy también, que los Presupuestos aprobados no son los idóneos, posiblemente ni siquiera sean buenos, pero son mejores que no tener ningunos.

La aprobación de estos Presupuestos para la crisis han convertido al Parlamento en un auténtico mercadillo, donde los votos necesarios para sacarlos adelante se han comprado y vendido por un plato de lentejas. El Partido Popular debería haber tomado la iniciativa de prestar, si no los votos, sí las abstenciones necesarias para que el PSOE hubiese aprobado sus Presupuestos sin tener que acudir al mercadeo asqueroso que imponen los nacionalistas.

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