El desenfoque

raquel / Garrido

morir de éxito

ANDAN las aguas revueltas estos días en Ciudadanos. El partido llamado a poner en jaque a los dos grandes partidos y mantener a raya a los emergentes que tratan de hacerle sombra, resulta que también ha terminado cayendo en lo que tanto ha criticado de los demás. La división surgida en el seno de Ciudadanos Málaga sorprende y, más si cabe, teniendo en cuenta el meteórico crecimiento que ha experimentado en apenas unos meses y los buenos resultados cosechados en tan poco tiempo. Pues parece que es cierto eso de que se puede morir de éxito. En vez de aprovechar el increíble tirón que han tenido tras dos importantes citas electorales, pruebas de fuego para el gran salto a las generales, los dirigentes del partido naranja en Málaga se dedican a tirarse los trastos a la cabeza dando razones a los demás partidos para atacarles y los votantes a tener razones para desconfiar. Albert Rivera debería empezar a poner coto a estas desavenencias internas si no quiere dilapidar su prometedora carrera política nacional antes de llegar a cumplir su gran reto de intentar llegar a la Moncloa. Tampoco en Podemos las cosas están mucho más tranquilas y también el sistema de primarias para elegir a los candidatos al Congreso de los Diputados ha desembocado en profundas heridas internas que han hecho tambalear los cimientos del partido de Pablo Iglesias. No se puede vender un sistema de democracia real y luego utilizar los clásicos métodos ya desvirtuados por los de siempre. No se salvan de la quema los demás. Los grandes partidos, los que pretenden desbancar a los nuevos con sucias argucias, van por ahí como pollos sin cabeza. Uno por la guerra abierta entre algunos de sus líderes por hacerse con el poder del partido en el ámbito nacional y que está poniendo de relieve los verdaderos intereses que mueven a aquellos políticos que no paran de darse golpes en el pecho por sus votantes. Lamentable. Pero hay otros que sencillamente han perdido el norte y no parece que nadie parezca interesado en ponerle coto. Corrupción aparte, hemos entrado en una espiral en la que parece valer todo y faltar el respeto a los demás lo de menos. Y es que se puede llamar públicamente "puta barata" a una dirigente del partido rival y no verse obligado a dimitir. No sabe uno si reírse o ponerse a llorar ante tal aberración. Otros, en cambio, en su afán de acabar con lo anterior prefieren dedicar sus esfuerzos y escasos recursos económicos a cambiar calles que aluden a nombres de la época franquista o a crear páginas web en la que poder desmentir las informaciones de los medios de comunicación en contra. Definitivamente, la política es cada vez lo más parecido a un circo en el que no paran de crecer enanos. Y luego querrán que confiemos en lo que nos venden.

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