EL padre Arthur Hervet, párroco de una de las iglesias de la ciudad francesa de Lille, reconoció hace unos días que reza para que Nicolas Sarkozy tenga una "crisis cardiaca" que le impida seguir adelante con su "guerra" contra los gitanos. Hay curas que de entrada caen bien, sobre todo por esa manera de airear el plumero. Ni el sacerdote, ni Sarkozy, ni usted ni yo sabemos si Dios atenderá a los ruegos del religioso y dejará viuda a Carla Bruni como castigo por la cruzada, pero hay gente que más que mal de ojo tiene boca de cabra, así que yo, de ser el presidente, no andaría muy tranquilo y procuraría ponerme a bien con el Altísimo. La confesión de Don Arthur Hervet, en plan yo sé que no está bien pero es que no lo puedo remediar, viene como anillo al dedo a un mar de silencio en el que todos los estados europeos, incluido Rumanía, se han quedado callados como fulanas ante la revolucionaria política demográfica de Sarkozy, con la excepción, mira por dónde, del Vaticano, que ha puesto literalmente el grito en el cielo y ha respondido con contundencia a las expulsiones. Las informaciones publicadas al respecto desde que los primeros vuelos llenos de gitanos salieron del Charles de Gaulle con destino a Bucarest insisten en que estos ciudadanos europeos, por mucho que en París vivieran debajo de un puente, se enfrentan a una situación bastante más delicada en su país natal, donde muchos, especialmente los niños y ancianos, corren el riesgo de morir de frío a partir de octubre. Pero el único que ha dicho algo ha sido el ministro italiano de Interior, Roberto Maroni, para decir que quiere que en Italia también se pueda expulsar gratis a personas cuyo único delito sea la pertenencia a una determinada etnia o la incapacidad de hacerse con un trabajo digno en época de crisis, por muy europeos que sean. Los gitanos españoles han pedido a Zapatero que llame al orden a Francia, pero ya hace tiempo que al olmo no le quedan peras. Habrá que rezar para que Europa no arda.