La respuesta definitiva al rescate de 53 inmigrantes a bordo de una patera el pasado fin de semana a 49 millas de la costa malagueña vino el otro día de la mano de Kenneth Berth, diputado del ultraderechista Partido Popular de Dinamarca. El presunto sugirió que las fuerzas de seguridad europeas deberían disparar contra las embarcaciones de emigrantes y refugiados que intentan cruzar el Mediterráneo para así reducir el flujo de personas que intentan llegar al continente. Berth afirmó que ésta sería "la única forma eficaz" de convencerlos para que ni siquiera intenten emprender el viaje. Al señor diputado no parece importarle que en estas frágiles naves viajen niños (en la patera rescatada el sábado se encontraba un menor de edad) y que, en todo caso, sus ocupantes se la jueguen con tal de escapar de la guerra y la crueldad extrema. Berth es, claro, un racista indigno de representar a nadie que por sus declaraciones debería rendir cuentas ante la justicia, pero ya se sabe que Europa, sobre todo cuando más quiere parecerse a una pista de atletismo poblada de fornidos y blanquísimos competidores, es mucha Europa. No es la primera vez que asistimos a similares promociones del asesinato en masa que deberían considerarse crímenes contra la humanidad, pero lo peor es que a lo que sí asistimos es a la normalización de estos discursos y su aceptación sin más en la refriega política diaria. Como cuando la izquierda abertzale insistió en referirse a sus patronos aficionados al tiro en la nuca como ejemplares gudaris y héroes de Euskal Herria: gran parte de la sociedad española asumió aquello durante muchos años sin más, desde la distancia, como si ese lenguaje no fuese con nadie, hasta que cundió la sensibilidad suficiente para que la entronización de los terroristas fuese repudiada no sólo por las víctimas, sino por una mayoría real. Ojalá algún día en Europa suceda algo parecido.

Bien, es el signo de los tiempos, ¿no? De eso se trata. Ahí está Trump con su dichoso muro. Confieso que me resultó enternecedor el rechazo unánime y vehemente de tertulianos, comentaristas, columnistas y jugadores de dominó a la idea del señor presidente. Qué consuelo que los populistas siempre sean otros. Pero imaginen ustedes qué habría al sur de Algeciras, de Málaga, de Almería y de Sicilia si en lugar del mar Mediterráneo se extendiese un campo llano en el que se pudiera corretear de lo lindo. Exactamente: un muro de por lo menos cincuenta metros de alto, con alambres de espinos como para reírse de la valla de Melilla. Y adivinen quién lo habría pagado. Por supuesto: marroquíes, argelinos, tunecinos y sirios. El mismo día de su independencia habrían abonado la cuenta. Gracias a los catorce quilómetros del Estrecho de Gibraltar nos ahorramos lo que Hungría gasta en gases lacrimógenos. Y encima este sol, claro.

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