LA ceremonia de entrega de la vigesimocuarta edición de los Premios Goya fue un éxito. Conducida con acierto por Andreu Buenafuente y emitida en directo, atrajo la atención continuada de más de cuatro millones y medio de espectadores, que en general quedaron satisfechos por el ejercicio de humor que supuso la práctica totalidad de la gala, técnicamente ajustada y realizada con gran profesionalidad. Se benefició, asimismo, de la concurrencia en esta ocasión de algunas películas notables, en particular la gran triunfadora, Celda 211, y Ágora, cuyos directores, Daniel Monzón y Alejandro Amenábar, respectivamente, pueden enorgullecerse de haber filmado producciones de talento y creatividad. Fue destacable, asimismo, que el conjunto de la industria cinematográfica, personificada en el discurso del presidente de la Academia, el también director Álex de la Iglesia, abandonase la autocomplacencia que ha sido tristemente habitual en ediciones anteriores y, además de quejarse de las carencias y dificultades del sector cinematográfico, invitase a la reflexión autocrítica. También estuvo ausente el ambiente politizado de galas anteriores, en las que los galardonados y los presentadores se dedicaron a esgrimir sus posiciones partidistas, que en cualquier caso son la parte menos interesante de su trabajo y su proyección social. El cine español continúa sufriendo una situación de crisis en la que se unen problemas de creatividad y talento, carencias industriales y, como otros sectores, falta de adaptación al ciclón de las nuevas tecnologías, con su carga de competencia desleal y existencia de un sector masivo de público que se ha acostumbrado a no pasar por taquilla. De la Iglesia dio una clave para el futuro de esta industria al referirse reiteradamente a la necesidad de que la profesión haga su trabajo con humildad y sin mirarse tan continuamente el ombligo. Nuestro cine seguirá vivo como fábrica de sueños en la medida en que ofrezca productos de calidad y quienes lo tienen como oficio y medio de vida se ocupen preferentemente de realizar mejor su trabajo. El éxito, con estas premisas, vendrá por añadidura.

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