Michael Ende explicaba La historia interminable defendiendo que para entender la realidad debemos recorrer el camino inverso. Darle la espalda y pasar por lo fantástico. Como su protagonista Bastian, que abandona el mundo real, donde nada tiene sentido, y penetra en el mundo de lo fantástico, donde todo está cargado de significado. El mismo camino que explica el "tramo interminable" de las obras del Metro entre Renfe y el Guadalmedina. Esa catacumba donde la nada campa desde hace años, devorando cuantos esfuerzos se invierten en reducirla a la nada.

Es agosto de 2020 y las obras se han terminado en el plazo y coste previsto. Los intentos de la constructora para introducir tres proyectos complementarios que elevaban el coste un veintitantos por ciento no tuvieron éxito. Ante las amenazas de demoras, el Ayuntamiento estuvo del lado de la Junta y sólo transmitió su preocupación en privado. Con su finalización, se conecta con el último tramo hasta la Alameda, terminado desde hace meses, los concesionarios aumentan su rentabilidad y disminuye la tarifa técnica que pagamos entre todos nosotros. Los motivos de las posibles demoras se difuminaron en una nebulosa de problemas sobrevenidos y reproches mutuos que se retrotrae a la noche de los tiempos y a los que hace un año se sumó la aparición de los esqueletos de una familia de romanos, parientes lejanos del emperador Adriano, cuyo entierro fue el objeto de la última controversia entre la concesionaria y la Junta. El fondo estuvo en la discusión inicial sobre el precio del acero, cuyo coste representaba el 30% del de la obra. La constructora lloró desesperadamente porque sólo con esas partidas ya perdía tres millones y medio de euros. Lo que no le impidió hacer una baja para adjudicarse la obra. Pero la Junta sostuvo que el precio debía ser el que se recogía en el contrato. Más bajo que el que acordaron ocho años antes con el Grupo Ortiz, que luego no la acabó porque no le pareció suficiente un aumento del presupuesto en un 28%. La clave fue el informe de Gmork, el lobo al servicio de la Nada que velaba por la corrección del proceso administrativo, que corroboró la corrección del proyecto (precios incluidos) y las bajas de las ofertas sobre las que no se podía afirmar que fueran temerarias.

Sólo hay una cosa más fantástica que un dragón blanco de la suerte que vuele, que una constructora pierda dinero. Creo que se lo leí a Ende.

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