Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Los ojos en pasmo

Todavía ser intelectual está bien visto. Aunque contra los intelectuales solemos rebelarnos las medianías y rajamos de ellos, señalamos sus contradicciones, denunciamos sus carencias y vicios. Pero la función del intelectual sigue siendo excelsa. Me he visto obligado a repasar La rebelión de las masas (1929), la obra más conocida del filósofo Ortega y Gasset, para intentar entender las aglomeraciones de gente que se están produciendo estos días en nuestras calles; y me he encontrado con esta autocomplaciente caracterización del intelectual: "Sorprenderse", afirma Ortega, "extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual (…). Todo en el mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto, maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son los ojos en pasmo". Pasmado se quedaría don José de la consideración que hoy merece un futbolista, muy por encima del gremio de los intelectuales o de los profesores. Y quizá no tendría más remedio que repasar alguno de sus conceptos sobre la sociedad y sus ídolos. Ayer los argentinos, después del triunfo de su selección sobre la de Ecuador, en Quito, (1-3) gracias a un hat-trick de Messi, no se cansaron de llamar "Dios" al delantero del Barcelona. Y el líder del grupo U2, en un concierto masivo en La Plata, gritó: "Gracias Messi, Dios existe". Pero volvamos a las masas, a las muchedumbres "en rebelión", se produzca ésta en Madrid, en Barcelona o en Valencia. Hasta en el Diccionario de filosofía, publicado en la extinta URSS por Rosental y Iudin (manejo una edición de 1975), se reconoce que Ortega -el único filósofo español estudiado en sus páginas- fue el primero que expuso, en la filosofía burguesa, los principios fundamentales de la teoría de la sociedad de masas. No es que yo aspire a intelectual, pero sin serlo, se me pusieron los ojos en pasmo cuando, esperando que el filósofo me hiciera comprender por qué desaparecieron en un tris, el día 10 por la noche, las masas de delante del Parlament de Cataluña, tras la declaración de Puigdemont, lo que me encontré fue esta caracterización aproximada -en un meritorio ejercicio de anticipación sociológica- de lo que viene siendo el turismo basura que nos invade: "Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio". Proféticas, sus palabras. Desde Granada a Santiago de Compostela, eso es lo que ha sucedido este verano.

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