Postales desde el filo

Sobre el olvido

Algunos comparten la idea de que homenajear a las víctimas de ETA es una forma de obstaculizar la paz

El presidente de Asturias, Javier Fernández, decía en un artículo, recordando a Azaña, que ochenta años después la dialéctica amigo-enemigo vuelve a convertirse en un eje de la política, en la que sólo importa ser uno de los nuestros. Efectivamente, en la confusión ideológica actual regresa Carl Schmitt y su idea de que no hay política sin confrontación amigo-enemigo, sean cuales sean las razones. Eso explica en cierto modo lo sucedido en el veinte aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Poco se puede añadir a lo que ya se ha dicho al respecto. Comparto las críticas a la corporación madrileña por resistirse a homenajear a un concejal que, por el simple hecho de serlo y de no militar en el bando nacionalista, fue sádicamente asesinado por ETA. Pero además del homenaje al joven político, también se recordaba la conmoción que produjo la noticia de su muerte y la reacción espontánea de unidad frente al terror. Una reacción parecida a la que siguió al asesinato de los abogados de Atocha, vilmente ejecutado por el terrorismo de extrema derecha. En ambos casos, lo sucedido significó un punto de inflexión, para la culminación pacífica de la Transición, en uno, y el progresivo desmoronamiento de ETA, en el otro. En el recuerdo de aquellas víctimas concretas recordamos hitos en los que la sociedad española supo reaccionar unida y de forma ejemplar ante la amenaza totalitaria.

Es verdad que el PP lleva décadas patrimonializando el dolor de las víctimas de ETA y utilizando sus asociaciones como órganos del partido. O recordar la vileza de Rajoy acusando a Zapatero de traicionar a las víctimas o de Aznar responsabilizando a Felipe González del asesinato de Tomás y Valiente. Eso sólo justifica en parte lo sucedido. Lo que ocurre es que algunos comparten la idea, muy extendida en el País Vasco, de que homenajear a las víctimas de ETA es una forma de obstaculizar la paz y la normalización de Euskadi. Mejor el olvido. La paradoja es que eso lo comparten en toda España quienes defienden con razón que recordar a las víctimas del franquismo es un imperativo ético y político. Si no la democracia española siempre estará bajo sospecha. Pero en estos asuntos no debemos utilizar doble vara de medir. Lo sano es enfrentarnos a nuestro violento pasado, a uno y a otro. Si no, como dice David Rieff, tendremos que aceptar que discrepamos sobre lo que es preciso recordar y también sobre los que es preciso olvidar.

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